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En vano la fortuna, volviendo la espalda al mas constante y benemérito de los venezolanos de su tiempo, pretendia humillar y arrebatarlo el entusiasta amor que á su patria profesaba; en vano descargaba sobre él, en formidable turbion, defecciones y crueles golpes; en medio de la tormenta, como la empinada palma que sacudida por el huracan se dobla para erguirse con gran fuerza, asi el ánimo altivo del inquebrantable guerrero se rehacia de los vaivenes que le azotaban y, siempre sereno, siempre confiado en la bondad de su causa, despreciando los embates que sus émulos promovian, continuaba ocupándose de la organizacion de un gobierno que, afianzando la libertad, á la cual habia consagrado su vida entera, labrase el bienestar futuro de su pais y, el 10 de Octubre, propuso al Consejo de Estado que al efecto convocase la reunion de un Congreso.

Entre los tres, tirando de la amarra, pudimos extraer del agua la chanela sumergida; pero no teníamos fuerza para subirla hasta la cubierta del Stella Maris, y fuimos llevándola hasta el lado donde no azotaban las olas, entre el barco y Frayburu. Así dejamos el bote, medio atado, medio sostenido en el agua.

Arrancaba de allí un senderito abierto en la misma roca, que entre picos y grandes peñascos llegaba hasta la playa baja que azotaban las olas, y por allí comenzaron a bajar los niños, silenciosos ambos, sorprendido y azorado Alfonso, pálido el otro y torva la mirada, arrastrados los dos, sin saberlo, por la desventura más digna de lástima que existe en la tierra: la que acarrean al inocente los delitos del culpado.

Mas no la pronunció, alejose, perdiéndose pronto en la obscuridad... Bettina permaneció en el pórtico, en el cuadro luminoso de la puerta. Gruesas gotas de lluvia impelidas por el viento azotaban sus espaldas desnudas y la hacían temblar; ella no lo notaba; sentía claramente latir su corazón.

El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos azotaban el rostro. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, con lámparas y bujías. Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.

Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules y amarillentas.

Tenía un pecho medio descubierto, el cuerpo del vestido hecho girones y las melenas cortas le azotaban la cara en aquellos movimientos del hondero que hacía con el brazo derecho. Su catadura les parecía horrible a las señoras monjas; pero estaba bella en rigor de verdad, y más arrogante, varonil y napoleónica que nunca.

Venía tal vez de ver cómo salvaba a la pobre india que se le abrazó a las rodillas a la puerta de su templo mexicano, loca de dolor porque los españoles le habían matado al marido de su corazón, que fue de noche a rezarles a los dioses: ¡y vio de pronto las Casas que eran indios los centinelas que los españoles le habían echado para que no entrase! ¡El les daba a los indios su vida, y los indios venían a atacar a su salvador, porque se lo mandaban los que los azotaban!

14 Y azotaban a los gobernadores de los hijos de Israel, que los cuadrilleros del Faraón habían puesto sobre ellos, diciendo: ¿Por qué no habéis cumplido vuestra tarea de ladrillo ni ayer ni hoy, como antes? 15 Y los gobernadores de los hijos de Israel vinieron y se quejaron al Faraón, diciendo: ¿Por qué lo haces así con tus siervos? Y he aquí tus siervos son azotados, y tu pueblo peca.

Los días de temporal, más que una casa, parecía aquello un barco; las puertas y ventanas golpeaban con furia, el viento se lamentaba por las rendijas y chimeneas, gimiendo de una manera fantástica, y las ráfagas de lluvia azotaban furiosamente los cristales. En la casa vivíamos tres personas: mi madre y yo, y la vieja que había sido nodriza de mi madre, a quien llamábamos la Iñure.