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Los chicos, aspados dentro de los trajes nuevos que estrenaban, formaban numeroso grupo que giraba anhelante y respetuoso en torno del cohetero. Por encima de las doradas mazorcas asomaban la cabeza, adornada ya con pañuelos de colores chillones, las jóvenes aldeanas.

Sin ruido, lentamente, Doña Moncha se aparta de la puerta y se sienta entre los criados a desgranar espigas. Se oye alguna voz apagada, y el alarido del viento y las pisadas que vienen y van. Desgranada una cesta de mazorcas, traen otra. En la antesala vaga ahora una sombra negra, la sombra del capellán. Los pasos no dejan de oírse ni de día ni de noche. DO

Se chillaba, se reía, se arrojaban las mazorcas unos á otros, se tiraba de los pañuelos á las zagalas, se defendían ellas dando algunos vigorosos empujones que no pocas veces hacían caer de bruces á sus contrarios. Todo se hacía menos trabajar.

Andreíña hila y otros criados desgranan maíz, a la redonda de una cesta colmada de mazorcas. Hablan en voz baja, atentos a los pasos que vienen y van en la alcoba donde murió la señora ama. La puerta está cerrada, y de tiempo en tiempo alguno de los criados se acerca sin ruido y escucha. Los otros callan contemplándole, y cuando se les junta, otra vez comienza el cálido susurro de la conversación.

Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules y amarillentas.

Y el rumor de los pasos que vienen y van, parece marcar todos los gestos y todas las actitudes de aquellos criados que desgranan mazorcas en la antesala oscura. ANDREÍ

Por la noche solía haber esfoyaza, la faena de descubrir las mazorcas y atarlas en ristras. Cada día acudían los vecinos á casa de uno de ellos para ayudarle; generalmente eran los jóvenes.

El día empezaba á declinar. Su mirada vagó algún tiempo por los contornos de la casa; por el jardín, cuyos árboles se iban tornando amarillos; por los prados, que como un cinturón de esmeraldas lo circundaban; por las tierras dilatadas de maíz que ostentaban ya con orgullo sus mazorcas rebujadas. Al cabo se detuvo con insistencia en un grupo de casas que apenas se distinguía en el fondo del valle.

Los criados comentan en voz baja, graves, lentos, reunidos a la redonda de la cesta llena de mazorcas, y sus voces supersticiosas, parece que van en la oscuridad, de un misterio hacia otro misterio. Y los pasos vienen y van. ANDREI

El capellán pasea la estancia de uno a otro testero, con un murmullo de rezo, y los criados, reunidos a la redonda de la cesta colmada de mazorcas, hablan en voz baja. De pronto se oyen pisadas de caballos refrenados ante el portón. DO