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La hueste mendicante, con estremecimientos humildes, con un gesto sórdido, se agrupa en torno del hogar. Benita la Costurera asoma en la puerta y murmura la rancia salutación. ¡Alabado sea Dios! ¡Por siempre bendito y alabado! ¿No está Andreíña? Agora vuelve. ¿Dónde anda? Salió a un enredo. Lo mismo tiene que seas . En un vuelo vas al horno de la Curuja... Es mandato del Señor Don Juan Manuel.

Retuércele el cuello para que deje de sufrir, y da libertad a su alma de ángel.... ¡Ojalá nos retorciesen el cuello a todos cuando nacemos! ¡Ojalá yo se lo hubiese retorcido a mis hijos... ¿Han estado aquí esos sepultureros, Andreíña? ANDREÍ

Voy a su entierro... Con la esperanza de verla aún con vida, acabo de desembarcar en esa playa. Y con vida la encontrará, señor. ¡Muy bien puede salir engaño cuanto cuenta Andreíña! Como es sorda nunca está al cabo de lo que pasa por el mundo. ¡Y hay mucha gente divertida que le dice engaños porque luego ella los vaya pregonando! ANDREÍ

Espantados de sus voces, mendigos y criados oyen en un gran silencio descorrer los cerrojos de la puerta: Se abre rechinando, y sobre el umbral, como una sombra de malas artes, aparece Andreíña. Al mismo tiempo, asoman con bárbara violencia los cuatro segundones en aquel balcón de piedra que remata con el escudo de armas: ¡Águilas y Lobos! Todos hablan en un son. ¡Ya tenéis franca la puerta!

Andreíña, la criada vieja y encubridora, trae la nueva de que está llegando Don Juan Manuel. ANDREÍ

¿Qué le dolerá más, sentir las espadas clavadas en el corazón o el arrancárselas? ¡Son siete, y no cabe mentir!... ¡Son siete, como las espadas de la Virgen!... Siete de espadas, te jugaré, Farruquiño, y también el as, la espadona de San Miguel... Todo lo guardas en la sepultura... Es mejor que el arca de Andreíña. DON FARRUQUI

Como un rezo en la boca llagada del leproso. La capilla. Don Farruquiño aparece en el presbiterio, sentado en un escaño con espaldar de viejo y noble belludo, orlado por grandes clavos de bronce. Enfrente se abre el arco de la tribuna, donde se sume la figura negra y bruja de Andreíña. ANDREÍ

En todos los casales los conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad: Son siempre los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la Reina, que da de mamar a un niño; Andreíña la Sorda; Dominga de Gómez; el Manco Leonés; el Señor Cidrán el Morcego, y la Mujer del Morcego. Se oye muy lejos otra campana. Parece la Monja de Belvis. ¡Cómo la ha conocido!

Andreiña empuja la puerta para cerrarla, y en aquel momento adelántase la Figura gigante del pobre lazarado, derriba por tierra a la bruja y penetra en el zaguán clamando, y todos le siguen repitiendo sus voces. ¡Es nuestro padre! ¡Es nuestro padre! ¡Es nuestro padre! La cocina de la casona. En el hogar arde una gran fogata y las lenguas de la llama ponen reflejos de sangre en los rostros.

Solamente tuvo suerte la señora Andreíña. Porque tiene tres cabras que se acochan con los lobos. Moriré en un camino, al pie de un bardal. ¡Juntas nos atrapó la tormenta, señora Micaela! Iremónos los tres por luengas tierras pidiendo una limosna. A llevaréisme en un carretón. ¡Pudiera yo como trabajar! Pero no tengo voluntad.