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Al decir esto se sentó, y tomando pluma y papel trazó con agitación y disfrazando la letra la siguiente carta: Excmo. Sr. Conde de Trevia. Si mañana sales á cazar con tu señora, abre mucho los ojos y quizás podrás ver á quien te roba la honra. Después de cerrarla y escribir el sobre llamó á la criada. ¿Se ha acostado ya tu hermano? No, señorito. Pues hazme el favor de decirle que suba.

Vime con ganas de cenar y sin qué poder llegar a la boca, salvo agua fresca de una fuente que allí estaba; no supe qué hacer ni a qué puerta echar; lo que por una parte me daba osadía, por otra me acobardaba; hallábame entre miedos y esperanzas, el despeñadero a los ojos, y lobos a las espaldas; anduve vacilando; quise ponerlo en las manos de Dios; entré en la iglesia; hice mi oración, breve, pero no si devota; no me dieron lugar para más, por ser hora de cerrarla y recogerse.

Sintió un frío extraño en el corazón que le obligó a detenerse. Entró al fin con cautela, y quiso ver si estaba la llave por dentro para cerrarla; pero no la halló. La noche no estaba clara ni obscura; el cielo toldado. Llovía un agua menudísima, muy frecuente en el país, que impregna al cabo la ropa como la gorda, y aun mejor.

Y se dirigió hacia la verja; pero cuando iba a cerrarla alguien lo hizo seña de que la dejara abierta; era el marqués que venía de la estación. Cruzaron un saludo. Calvat dobló la esquina de la calle inmediata y Pierrepont entró en la quinta.

Yo sabía que estaba soñando. ¡Y sin embargo no podía dormirme!... ¿Quién hubiera dormido con semejante preocupación? ¡No, no dormí un instante en toda la noche! Puso él la bandeja sobre una mesa, y salió disparado, cerrando la puerta. Al cerrarla dio un chillido, porque se apretó la cola. Dejé que el desayuno se enfriara en la taza durante todo el día.

Gonzalvillo se separó de la puerta, y cuando Montiño iba á cerrarla, se le presentó de repente un hombre. ¡Eh! ¡esperad, señor Francisco, esperad! ¡pues á fe que me ha costado poco trabajo llegar aquí para que yo os suelte! ¡Ah! ¡señor Gabriel! ¿y qué me queréis? dijo el cocinero del rey, con mal talante Entrad, entrad, y decidme lo que me hayáis de decir.

Este abrió de nuevo con la llave maestra la puerta, y sin cuidarse de cerrarla, llevó á obscuras á la Dorotea á la galería, á donde daba la puerta del aposento de doña Clara. Aquí es dijo el sargento mayor. ¿Y la puerta por donde ha de entrar? Esta. No se oye nada. Esperan, sin duda. ¡Oh! ¿y por qué no llamar? ¿por qué no entrar? Pero ¿estáis loca?

He aquí una orden del Rey. Enséñasela a tu padre. ¡Abre esa puerta, muchacha! Eché pie a tierra, abrimos entre los dos la pesada puerta y haciendo salir a nuestros caballos volvimos a cerrarla. Lo siento por el guarda, si el Duque averigua que estaba ausente de su puesto. Y ahora, joven, al trote. No conviene acelerar mucho el paso mientras sigamos cerca de la ciudad.

¿Qué caballeros? replicó vivamente Barragán, acometido de inexplicable inquietud. No se alborote, padre, somos nosotros pronunció una voz juvenil y melosa con dejo americano. Al oír esta voz fue precisamente cuando se alborotó el paisano. Dio un salto como si le hubieran pinchado y avanzó dos pasos hacia la puerta con los brazos extendidos como si fuera a cerrarla violentamente.

Terminadas estas operaciones preliminares, estremeciose de frío porque la puerta había quedado de par en par, sin que en cerrarla pensase y descargó en el tabique dos formidables puñadas.