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Entre los de lord Gray, vi un figurón armado de pies a cabeza, con peto y espaldar de latón, celada de encaje, rodela y con tantas plumas en la cabeza que más que guerrero parecía salvaje de América. Dábanle instrucciones los demás y él decía: Ya lo que tengo que hacer.

Don Manuel, el hombre de las economías inauditas y las ruindades sin ejemplo, estremecíase de rabia al ver el uso que Rafael hacía de sus liberalidades. Regalábale una sotana nueva, y al punto la rasgaba en dos, quedándose con la parte del pecho y dando el espaldar a algún compañero pobre, con cuyo reparto iban ambos tan gallardos cubriendo con el manteo la desnuda trasera.

La pipa medio podrida arrimada al muro, como al descuido, los palos del espaldar roto formaban otra escala; aquella la veía todos los días veinte veces y hasta ahora no había reparado lo que era: ¡una escala!

Abrazándose entónces con su enemigo le derribó al suelo, y poniéndole la punta de la espada por entre la coraza y el espaldar: Dexaos desarmar, le dixo, si no quereis perder la vida.

La pareja se escondió bajo la bóveda no muy alta de una galería de perales franceses en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el suelo a lo largo del obscuro camino. Mayo se despide con una espléndida noche dijo Ana, apoyándose con fuerza en el brazo de su marido. Es verdad; hoy se acaba Mayo. Mañana Junio.

El carey, del orden de los quelonios; tortuga de gran tamaño, apreciada por lo valioso del espaldar que lo cubre; éste es transparente, de color amarillo, jaspeado de otros más obscuros; su magnitud es grande, pues á veces tiene más de medio metro de largo.

Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada.

Algunos sillones de espaldar ovalado, y un antiguo canapé de delgadas patas, completaban la decoración de esta pieza, en que todo acusaba una rígida limpieza, y en que se respiraba un olor concentrado á lirio, rapé de España, y vagos aromas.

Entonces se mostró con bárbara grandeza el coraje de aquel hombre. Hizo que calentasen en una hoguera el peto y el espaldar de una coraza, y cuando las dos planchas de acero estuvieron al rojo blanco, ordenó que se las aplicasen al mismo herido con unas tenazas. Negábase el cirujano a esta horrible curación, pero él le amenazó con la horca para que obedeciese.

Pues es la de mi cuarto: ahí duerme tu tío sesenta años haz; los restantes, quiero decirte, los primeros de la vida, me los dormí en esa alcoba de este lado de la entrada: mucha parte de ellos con tu padre, en una misma cama, hasta que, por andar a testerazos muy a menudo los dos debajo de la ropa sobre quién estorbaba a quién... ¡qué pernear el de aquel arrastrado, hombre! nos separaron, y le echaron a él a dormir solo en un cuarto de los de atrás... Aquí tienes la mesa, de encina pura, como los bancos... Bien retallados de espaldar, ¿eh?... como los bordes de la mesa y las cuatro patas; digo, no, que las patas están como torneadas en rosca, igual que los fierros cruzados que tiene por debajo... También tienen algo de torneo las sillas arrimadas a las paredes.