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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Estando en esto, entró un muchacho corriendo y desalentado, y dijo: El alguacil de los vagabundos viene encaminado a esta casa; pero no trae consigo gurullada. Nadie se alborote dijo Monipodio ; que es amigo y nunca viene por nuestro daño. Sosiéguense; que yo le saldré a hablar.

Y las he cumplido, señor; quién es el delincuente, ó por mejor decir, los delincuentes. Yo debí de haber matado á Francisco de Juara pensó Quevedo ; á veces la caridad es tonta, estúpida. Acúsome de necio: encerrado me doy. El alguacil entre tanto sacaba un mamotreto de entre su ropilla. He aquí las diligencias de la averiguación de ese delito, excelentísimo señor dijo el corchete.

No bien la columbraron, cuando, sacando las espadas, la embistieron; yo hice lo mismo, y limpiamos dos cuerpos de corchetes de sus malditas ánimas al primer encuentro. El alguacil puso la justicia en sus pies y apeló por la calle arriba dando voces. No lo pudimos seguir, por haber cargado delantero.

Fuera del capellán de la Anunciación y de un religioso franciscano de San Antonio, las personas que allí estaban volvieron a verle con ultrajante naturalidad; y, al mentar, uno que otro, su jornada, lo hicieron en términos tales, que parecían referirse a la diligencia más o menos provechosa de algún alguacil.

Aunque el periodista tenía bastante intimidad con el recién venido, en aquel momento le fué más antipático que si viera en él á un alguacil encargado de prenderle. Le miró, apartando la vista del artículo, nuevamente interrunpido, y esperó con paciencia las palabras de su amigote.

Más disimula este buen alguacil en un día que nosotros le podemos ni solemos dar en ciento.

Cesó este al fin, convirtiéndose en vivas y aclamaciones, merced a la simpatía que inspiraban los novios y a una arroba de vino generoso y a bastantes hornazos y bollos que el alguacil y su mujer repartieron entre los tocadores de los cencerros.

Inmediatamente quedó un espacio franco al través de la turba de espectadores. Precedida del alguacil, y acompañada de una comitiva de hombres de duro semblante y de mujeres de rostro nada compasivo, Ester Prynne se adelantó al sitio fijado para su castigo.

El alguacil del tribunal, que llevaba más de cincuenta años de lucha con esta tropa insolente y agresiva, colocaba á la sombra de la portada ojival las piezas de un sofá de viejo damasco, y tendía después una verja baja, cerrando el espacio de acera que había de servir de sala de audiencia.

"Por Dios, que está bueno el negocio, dijeron ellos. ¿Y adónde es su tierra?" "De Castilla la Vieja me dijo él que era", les dije yo. Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo: "Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese."

Palabra del Dia

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