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Llegado el escudero ante el príncipe detuvo su caballo, tocó por segunda vez la bocina que llevaba suspendida del cinto y dijo con sonora voz y marcado acento bretón: Vengo como heraldo y escudero de mi señor, noble y esforzado caballero y súbdito fiel del muy poderoso rey Carlos de Francia.

16 Entonces Joab tocó la trompeta, y el pueblo se volvió de seguir a Israel, porque Joab detuvo al pueblo. Y llamó aquella columna de su nombre; y así se llamó el Lugar de Absalón, hasta hoy.

Stein, aturdido y con el corazón apretado, habría de buena gana preferido la fuga. Su timidez le detuvo. Veía que todos cuantos le rodeaban estaban contentos, alegres y animados, y no se atrevió a singularizarse. La plaza estaba llena; doce mil personas formaban vastos círculos concéntricos en su circuito.

Y, en fin, ¿acaso no tiene razón? ¿Acaso, sin , Olga no estaría todavía viva? Si lo que pasó la noche anterior no hubiera... Se detuvo estremeciéndose y se ocultó el rostro entre las manos. Un sollozo sin lágrimas sacudió todo su robusto cuerpo.

Se detuvo un momento, como si acabara de ocurrírsele una idea penosa. No crea usted que soy una de esas advenedizas hambrientas de goces y comodidades, por lo mismo que no los conocieron nunca. En ocurre lo contrario: necesito el lujo y el dinero para vivir porque me rodearon al nacer.

Iba saltando sin respeto alguno de sepultura en sepultura, hasta que llegó á una cubierta con una gran lápida en que había grabado un escudo de armas, y se puso á bailar sobre ella. En respuesta á las amonestaciones de su madre, la niña se detuvo un momento para arrancar los espinosos capullos de una cardencha que crecía junto á la tumba.

Gustar San Flisco. Gustar lavar. Gustar Carolina. Agradó a la señora de Galba el laconismo de Ah-Fe, así es que no se detuvo a reflexionar la influencia que tenía en su buena intención y sinceridad el imperfecto conocimiento del idioma de Shakespeare. Pero dijo: Ruégole no diga a nadie que me ha visto. Y sacó su limosnero.

Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada de ella estuvo malo un compañero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar médico hasta que ya él pedía confesión más que otra cosa. Llamó entonces un platicante, el cual le tomó el pulso y dijo que la hambre le había ganado por la mano en matar aquel hombre. Imprimiéronseme estas razones en el corazón.

Venía cansadísimo, fatigado, como perro jadeante, apoyándose en el bastón de puño de oro, arrollada sobre los hombros la española capa, echado hacia la nuca el sombrero de copa. Había ido a pasear por los callejones de Barrio Viejo su esponjada prosopeya. Al verme se detuvo: Amiguito: ¿va usted a donde todos, no es eso? ¡Vengo medio muerto! ¿Llegó usted hasta la cascada? ¡Guárdeme el Cielo!

Sin duda estaba allí Clara cansada de esperarle, desconfiada de verle otra vez. Entró en el zaguán y subió la escalera tan agitado y palpitante, que al llegar á la puerta se detuvo porque apenas podía respirar.