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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Quevedo se levantó lentamente, y sin desembozarse, sin descubrirse, sacó de debajo de su ferreruelo una mano y en ella la carta de la duquesa de Gandía; cuando la hubo tomado Lerma, Quevedo se volvió hacia una puerta que el duque había dejado franca. Paréceme que huís, caballero dijo el duque. Quevedo se detuvo, pero permaneció de espaldas.

Cornelio se preparaba ya a descargar el fusil para llamar la atención de sus compañeros, cuando Horn lo detuvo bruscamente, diciéndole: ¡Allá veo brillar un fuego! Cornelio miró en la dirección indicada, y, en efecto, a distancia de setecientos u ochocientos pasos vió brillar una llama al través del follaje. ¿Habrán acampado? preguntó.

Estaba el joven observador vestido bien a la ligera, porque su levitón había quedado inservible, y debía atormentarle el frío. El español dio algunos pasos para acercársele; pero se detuvo, no sabiendo cómo dirigirle la palabra. De pronto se sonrió, como de una feliz ocurrencia, y yendo en derechura hacia él, le dijo en latín: Debéis tener mucho frío.

Todo fué en vano, porque envenenados los bárbaros contra Jesucristo y su ley, sin hacer caso de nada, le apuntaron y dispararon un gran número de saetas á su cabeza, mas nunca pudieron acertar; antes bien veían manifiestamente que volvían atrás las flechas, como si una mano contraria las tirara; y una disparada con tal ímpetu que le hubiera pasado de parte á parte; pero al llegar la detuvo sin duda Dios, é hizo caer sin fuerza á los piés del Padre.

Pero Basilio había olvidado que iba miserablemente vestido; el portero le detuvo, le interpeló groseramente, y al ver su insistencia, le amenazó con llamar á una pareja de la Veterana. En aquel momento bajaba Simoun ligeramente pálido. El portero dejó á Basilio para saludar al joyero como si pasase un santo.

Pero... se veía obligada á defenderse delante de ellos; había llegado el momento de la defensa y temblaba. Al fin se abrió una puerta, y un maestresala dijo: El señor don Juan Téllez Girón y su señora esposa están en la cámara de vuecencia. Doña Juana fué allá desolada. Sin embargo, se detuvo cobarde antes de levantar el tapiz de la puerta exterior.

En la Plaza Nueva, en una rinconada sumida ya en la sombra está el palacio de los Ozores, de fachada ostentosa, recargada, sin elegancia, de sillares ennegrecidos, como los del Casino, por la humedad que trepa hasta el tejado por las paredes. Al llegar al portal Ana se detuvo; se estremeció como si sintiera frío.

Voy á llevarte á esconderte frente al postigo del palacio del duque. Y se volvió hacia la puerta. Pero de repente se detuvo.

Pero la joven volvió la cabeza, dobló la espalda y permaneció muda, aunque el intendente repitiera varias veces su amenaza; en su furor le golpeó con el puño la espalda y la cabeza y luego salió del cuarto, jurando y blasfemando. Se detuvo, sin embargo, en el corredor y se puso a reflexionar sobre su crítica situación.

Llegó Quevedo, se detuvo y contempló profundamente al joven. ¡Si las tormentas no se calmarán al fin...! dijo . ¡Como su padre! ¡son mucho, mucho hombres estos Girones! ¡ó muy poco! ¿quién sabe? Y hace frío y llueve. ¡Don Juan! El joven se levantó de sobre la repisa aturdido.

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