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La dejé desahogarse, como solía hacer en estos casos, y a los pocos momentos ella misma volvió sobre , sin costarme palabra alguna, aplacando su enojo y suavizando bastante la aspereza de sus conceptos. Cuando, al fin, le dije: Hay que considerar que es tu madre, y con una madre no hay humillación posible.

No, yo no puedo olvidar lo uno, ni sufrir pacientemente lo otro. Odio á Lerma, y he conspirado, conspiro y conspiraré contra él. Mi conspiración ha estado á punto de costarme la honra, y todavía puede costarme la vida. ¡Ah, señora! ¿Se atrevería ese hombre? A todo, á todo por sostener su soberbia; pero el misterio consiste en si me matará él á , ó en si yo le mataré á él. ¡Matarle!

Me tiene usted dadas muchas pruebas de generosidad y sólo puedo mostrarme digno de ellas resignándome. Puede usted imaginar lo que este esfuerzo debe costarme. ¿De modo que se marcha usted seguramente? interrogó Magdalena que quería dudarlo aún. Mañana mismo. Adiós.

-Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros -respondió don Quijote-, y agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opinión que de se tiene, la cual procuraré que salga verdadera, o me costará la vida, y aun más, si más costarme puede.

Pues, ¿y la apuesta? Para usted el trono y la beldad que desde allí nos mira; para una recompensa suficiente y... la gratitud del Rey. Es usted el mismo demonio, señor de Henzar le dije. Bueno, usted piénselo y tenga en cuenta también que no deja de costarme duro esfuerzo eso de ceder así tan fácilmente la muchacha aquella y su insolente mirada volvió a fijarse en Flavia.

Como ustedes ven, señores, la cosa iba poniéndose seria. Y, de pronto, siento que mi corazón se ensancha... Es necesario que hable; , es necesario que hable. Me pongo a golpear la copa como un poseído. ¡Por el amor de Dios, cállate! me susurra mi novia... quiero decir, mi mujer. Pero, aunque la cosa tuviera que costarme la vida, tengo que hablar.

En otro tiempo convoqué cuatro sabios, diles buenos sueldos; redactaban un periódico lleno de ciencia y de utilidad, el cual no pudo sostenerse medio año; ni un cristiano se subscribió; nadie lo leía: puedo decir que fue un secreto que todo el mundo me guardó. Pues ahora con eso que usted ve, estoy mejor que quiero, y sin costarme tanto.

CARMELA. ¿Qué diabluras han de ser sino las que V. hace conmigo y que al fin han de costarme caras? He tenido una pesadilla feroz; me he caído redonda en el suelo, y estoy segura de que tengo el cuerpo lleno de cardenales. SEELENF

Todo lo averiguan... Bueno, señor; esto va a costarme algunas libras más. Y volvía a reír, contemplando con una mirada entre irónica y amorosa «aquella diablura de los gringos» tan aficionados a categorías y honores. Maltrana, en su inquieta movilidad, salió del jardín de invierno para dirigirse al café.