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3 Mas ellos, tomándole, le hirieron, y le enviaron vacío. 4 Y volvió a enviarles otro siervo; mas apedreándole, le hirieron en la cabeza, y volvieron a enviarle afrentado. 5 Y volvió a enviar otro, y a aquel mataron; y a otros muchos, hiriendo a unos y matando a otros. 6 Teniendo pues aún un hijo suyo amado, lo envió también a ellos el postrero, diciendo: Tendrán en reverencia a mi hijo.

En vano algunas maestras intentaron calmar el oleaje prometiendo, para el entrante mes, nuevas consignas: seguían las turbulencias porque aquel Gobierno maldito, no contento con enviarles hoja de desperdicio, para más, daba en la flor de no pagarles.

Encerráronles por de pronto en el Saladero, con la sana intención de enviarles más tarde, una vez sofocada la intentona, a tomar camino de Filipinas los saludables aires de mar.

El CAPELLÁN ¡Y no han temido la cólera divina! Y tampoco temen la mía, Don Manuelito! ¡El Señor pudo enviar sobre sus cabezas un rayo que los aniquilase! Yo pude enviarles un tiro. ¡Son como fieras! Son lobeznos, hijos de lobo. El Señor Don Juan Manuel nunca ha sido como ellos. ¡Yo he sido siempre el peor hombre del mundo! Ahora siento que voy a dejarlo, y quiero arrepentirme.

El señor se come su tapioca de caldo graso y un bistec y un par de chuletas, y la pobre y santa mujer se conforma con los desperdicios. Es hermoso, ¿verdad? El marmitón pareció muy conmovido. Mi buen señor Tournoy dijo al mayordomo , me interesan mucho esas pobres gentes. ¿No podríamos enviarles algo por medio de la negra?

Aceptó el santo varón el partido, esperando que el tiempo, y mucho más la sangre de Jesucristo les ablandaría los corazones y darían aquellos frutos de bendición que su celo y sus fatigas les prometían; ni eran mal fundadas sus esperanzas porque Taricú, principalísimo, en nombre de todos, le dió las gracias de querer emplearse en provecho de sus almas; y las dió también á Nuestro Señor porque se había dignado de enviarles quien sin ningún interés suyo les enseñase el camino del cielo.

En esto se nos acercó un barco que iba a la deriva de una manera desesperada. Nos hizo señales y nos preguntó si teníamos médico; le dijimos que no, y nos pidió quinina. Buscamos en el botiquín del doctor Cornelius, pero no había quinina. Lo único que pudimos enviarles fué unas cajas de . El barco aquél se hallaba apestado.

Hizo el elogio de Germana, sin decir nada de la familia, y describió la miseria en que vivían los duques. Don Diego dijo que era preciso enviarles un pronto socorro sin humillarles.

Leopoldina comenzó a alborotar, conmovida a su manera, gritando que aquellos indecentillos eran unos ángeles del cielo, unos santos chiquititos a quienes era necesario venerar, y que en cuanto llegara a la corte había de enviarles a cada uno un par de medias negras, hechas por sus propias manos, con el estambre más fino que pudiera hallarse... Riéronse todos; Currita callaba, sin embargo, sintiendo un extraño enternecimiento que la humillaba y que se apresuraba por lo mismo a combatir, oponiendo a su benéfico influjo el parapeto del orgullo, del inquebrantable orgullo, que viene a ser en el alma como la fortaleza del mal... Aquellos tres novicios, aquellos tres Pedros Fernández en embrión, humillándose por caridad a una mendiga, hiciéronle comprender que aquel otro Pedro Fernández habría podido imponérsele por deber a ella, orgullosa Grande de España, y una luz súbita, semejante a la de un relámpago que ilumina a la vez que aterra, hízole ver claramente lo que antes sospechaba: que aquella carta, que aquella ofensa no venía de un desconocido, de un pobre fraile, de un Pedro Fernández; porque aquella puerta primera que se le cerraba en la vida, no era la puerta de Loyola, era la puerta de Dios...

El P. Vice-Provincial, por las repetidas experiencias de la inconstancia de estos bárbaros dudaba mucho concedérselos; pero al fin se movió á enviarles dos Jesuitas, así por hacer la última prueba de su obstinación, como por condescender con la piadosa voluntad del señor marqués del Valle de Tojo, que lo pedía encarecidamente.