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Era un amor humano: el amor del hombre hacia la mujer: una atracción incontrastable me arrastraba en mi pensamiento a confundirme con ella: parecíame sentirla engrandeciendo mi ser, absorbiéndose enteramente su cuerpo y su alma, respirando en su aliento, latiendo en su corazón, viviendo en su vida... ¡Oh!

Para sentirla, basta un buen corazón como el tuyo y el mío; para pintarla con su verdadero colorido, se necesita la fresca imaginación de un poeta, y yo no la tengo.

Tan enorme me parece a y tan fuera de toda disculpa, que por sentirla escarbándome las mientes, ya estoy abominando de ella. «¿Quién eres , gaznápiro», me digo, «para atreverte a esas cosas?

Como quiera, no necesito insistir sobre este punto, porque tengo ya largamente ventiladas estas cuestiones, en los dos libros de que se compone el tomo presente. Para percibir la extension, necesitamos sentirla; luego no podemos decir nada relativo á la extension sobre un objeto que no sentimos. Pero aunque esta respuesta podria atajar el curso de las objeciones, no quiero limitarme á ella.

Los médicos sonrieron ligeramente y continuaron examinando a la enferma. Uno de ellos le introdujo una pluma en la garganta. Mi tía, insensible, no dio señales de sentirla. El médico hizo un gesto de desagrado. Es preciso mudarle la cama agregó... ¡Ah! replicó mi tío haciendo una mueca forzada para disimular un profundo pesar; ¡pobrecita, se conoce lo grave que está!

Al sentirla bajo su voluntad como un tapiz que se puede arrollar o desarrollar, con el pie, según el antojo, Ramiro hallose otra vez dueño de mismo; y su propio gesto victorioso despertó en su ánimo instintos de crueldad. Golpeó y estrujó a su amada más de una vez para arrancarla el secreto de la conspiración.

Además se consideraba feliz porque Ra-Ra parecía contento. La fe de éste en la victoria de los hombres había acabado por sentirla ella igualmente, traicionando por amor los intereses de su sexo. Ahora creo de un modo indiscutible, gentleman dijo en voz baja , que Ra-Ra no se equivocaba al hablarnos de su triunfo.

Yo, que había apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viví en un segundo, al sentirla directamente apoyada en , el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca. Fué aquello muy rápido: los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente a .

Por el fúnebre colorido del cuadro, por la lentitud en su desarrollo, por el exceso mismo de la atención con que yo le seguía, la visión de la muerte con todo su cortejo de tristezas se enseñoreó de de tal arte, que más que sentirla y estimarla en la región de las ideas, me parecía olerla y paladearla; confundía ya las sensaciones morales con los quebrantos del organismo, y el color y las figuras y los sonidos del triste cuadro caían a golpes sobre mi cerebro y me le contundían y fatigaban.

Antoñona se había deslizado hasta allí sin que nadie lo advirtiese, aprovechando la hora en que comían los criados y D. Pedro dormía, y había abierto la puerta del cuarto y la había vuelto a cerrar tras con tal suavidad, que D. Luis, aunque no hubiera estado tan absorto, no hubiera podido sentirla.