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Cuando la veía engalanada de este modo, no se sentaba, sino que se dejaba caer estupefacto en un sillón desvencijado: ella entonces se ponía de media anqueta en uno de los brazos del butacón, y alzando una copa de Champaña, que compró en el Rastro, brindaba con pardillo de la taberna cercana: luego paladeaban a medias los incendiados sorbos, y de fijo que no gozaron la mitad que ellos los más venturosos amantes de la historia.

Conservaba la misma esbeltez arrogante de la otra seguida por Robledo, pero sus ropas y su rostro revelaban una miseria mayor. Bebía á lentos sorbos el contenido de una gran copa y se retrepaba á continuación en el diván, cerrando los ojos como si estuviese ebria.

La copa de chartreuse, bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza. ¡Si viniese papá ahora murmuró , qué diría! Miranda y Lucía fueron los últimos en alzarse de la mesa.

La vida humilde tiene sus dulzuras: es grato, en una mañana de sol alegre, con la servilleta al cuello, delante de un bistek con patatas, desdoblar el «Diario de las Noticiasdurante las tardes de verano, en los bancos gratuitos del paseo, se gozan suavidades de idilio; y es sabroso, de noche, en Martiño, mientras se toma a sorbos el café, oir a los charlatanes injuriar a la patria.

Por de pronto, urgía mucho que Luz se acostara de veras; y eso la propuse, y eso hizo. Después, sin advertírselo a ella, porque se hubiera resistido, mandé que avisaran al médico. »Entretanto, y por todo alimento en aquella mañana memorable, tomé yo dos sorbos de caldo. »Llegó el doctor y vio a Luz.

Un hombre casado, con hijos, que en toda su vida no había hecho más que trabajar como un esclavo para labrarse un capitalito... Y ahora que lo tenía... por una quijotada de ese farfantón... ¡acaso!... El fabricante apenas podía pasar los sorbos de cognac que de vez en cuando introducía en la boca. La cosa se arregló muy pronto.

Pero a pesar de sus vivas instancias sólo después que hubo bebido el vaso de agua a sorbos y limpiado repetidas veces el frío sudor que le manaba de la frente consintió en explayarse. El suceso era portentoso, inaudito.

Amparo remojaba los bocados con tantos y tan formidables sorbos de borgoña, que dejaba siempre la copa temblando. Comía y bebía como un labrador en día de boda, y hacía gala de ello. Ramoncito no se hallaba en disposición de experimentar los goces de la nutrición animal. Dijo que había tomado chocolate en casa de Osorio; pero no era cierto.

Y en su canto decía el ruiseñor: «No necesito la chinela de oro, ni el botón colorado, ni el birrete negro, porque ya tengo el premio más grande, que es hacer llorar a un emperadorAquella noche, en cuanto llegaron a sus casas, todas las damas tomaron sorbos de agua, y se pusieron a hacer gárgaras y gorgoritos, y ya se creían muy finos ruiseñores.

Sonaron cerca de ellos los gritos de las máscaras. El alegre grupo volvía de la cañada perseguido por los mozos. La audacia que había hecho hablar a la joven con la careta puesta la abandonó de pronto. Desvaneciose su atrevimiento, producto de unos sorbos de vino y del amparo del antifaz.