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El sol descendía rápidamente hacia el ocaso. Sobre sus cabezas cantaba el ruiseñor. Cuando hubieron dado buena cuenta de la tortilla y el queso, D. Prisco bebió un número prodigioso de vasos de agua. Era su manía y su vicio. El capitán sólo algunos sorbos de vino. Entonces D. Prisco volvió á meter la mano en las profundidades del balandrán y sacó la baraja. ¿Una brisquita?

Cuando los granujas trasegaron á sus estómagos, en dos sorbos, las pócimas infames que les sirvió el tabernero, pagó Pipa el gasto con la media peseta, más un cuarto que sacó de un pliegue de su mugriento gorro, y salieron todos á la calle.

No cabía duda, era la carcajada de Mesía. Estaba hablando con los señores del dominó en la sala contigua. Le acompañaban Paco Vegallana y don Frutos Redondo. Llegaron a donde estaba Ronzal. Este había vuelto a sentarse y se quejaba de que se le había enfriado el café, que tomaba a pequeños sorbos. Había hecho una seña a los del corro. Quería decir que callaba por pura discreción.

D. Laureano andaba conmovido con los ojos hermosísimos de aquella chula sentada cerca del mostrador. Mientras tomaba el café a breves sorbos no apartaba la mirada de ella, sin atender poco ni mucho a la conversación de sus compañeros.

Entonces su negra cólera se deshizo en injurias candentes, interminables. Velázquez las escuchó un rato con calma bebiendo á sorbos el vaso de vino que tenía delante; pero al cabo se hicieron tan pesadas, que no pudo sufrirlas más tiempo. ¡Ea, señoras! ¿Qué va aquí jugado? profirió dando un fuerte puñetazo sobre la mesa. ¿Quieren ustedes que dure esta guasa toda la noche?

¿Piensa usted ir? le preguntaba Borrén aquella tarde. ¿A qué? ¿A oír lástimas que no puedo remediar? ¡Algo bueno daría por estar ahora en Guipúzcoa! ¡Hombre... pobre chica! Baltasar tomó su café a sorbos, muy pensativo. Calculaba que la avaricia de su madre le exponía, tal vez, a un grave compromiso.

Su rostro era el rostro de un polichinela: naricilla de poeta satírico, boca grande y sarcástica, sonrisa burlona. El cráneo voluminoso, bien conformado, acusaba rara inteligencia, aterradora precocidad. El pobre chico apuraba a sorbos una taza de leche, y no dejaba de mirarme.

Cuando se aprovechaba una de estas coyunturas para darle unos sorbos de caldo o la «cucharada» medicinal que «le correspondía», tomábalo entre quejidos y balbucía protestas iracundas. Cerca del mediodía se despejó un poco y nos ponderó mucho lo mal que se encontraba. Llegó en esto Neluco, y ni por cortesía intentó convencerle de lo contrario.

Sirvieron en seguida el chocolate humeante y espumoso, y mientras don Manuel lo tomaba a sorbos, con esfuerzo, el cura y el maestro lo saboreaban con deleite, mojando en los delicados pocillos hasta el último bizcocho y la última rebanada de pan rustrido.

El brindez y el caraos se puso en vando, Porque los mas de bruces, y no á sorbos El suave licor fueron gustando. De ambas manos hacian vasos corbos Otros, y algunos de la boca al agua Temian de hallar cien mil estorbos. Poco á poco la fuente se desagua, Y pasa en los estomagos bebientes, Y aun no se apaga de su sed la fragua.