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El fámulo les dijo que era muy conveniente que ellos se presentasen de un modo decoroso ante el señor Sankarachária. Los llevó enseguida a un bonito y capaz refectorio, donde almorzaron sutiles extractos, que paladeaban y saboreaban con raro deleite y que eran tan nutritivos y tan poco groseros, que bastaba para alimentar y satisfacer a un jayán, lo que cabe en una jícara de chocolate.

Un robusto mocetón, que llevaba en el capote galones de cabo, ayudó a la celebración del santo sacrificio. El cabecilla rezó la misa pausada y lentamente, con la conciencia tranquila, sólo atento al sentido místico de las augustas frases que sus labios saboreaban como un jugo espiritual al decir: Judica me, Deus, et discerne causam meam...

Esto lo supo después, cuando, ebrio de amor y un poco de benedictino non sancto, había caído en el panteísmo alalo a que le llevaban todos los entusiasmos de su organismo, más empobrecido de lo que prometían las buenas apariencias de su persona. Llegó cuando los músicos y cantantes saboreaban el ponche a la romana que Mochi había incluido en la lista de la cena.

Poco después de amanecer, cuando sus habitantes saboreaban los postres del sueño, oyendo adormecidos el rodar de los primeros carruajes y el campaneo de las primeras misas, sonaban rudos portazos y unos pasos de hierro hacían crujir la escalera. Era el Tritón, que se echaba á la calle incapaz de permanecer entre cuatro paredes así que apuntaba la luz.

En los corrillos se saboreaban con deleite estas noticias de gusto romancesco. Pero en uno de ellos, cerca del cual se hallaban Mario y el delegado, una mujer que acababa de acercarse dijo: Pues ayer tarde he venido de Madrid con el niño de D. Ricardo y no he visto esa mujer. Todos los rostros se volvieron hacia ella.

Yo convido a lo que quieran dijo Frasquito levantándose ; y si conseguimos traernos a Nina y al riffeño, convite general. El disloque...». No se consolaba Doña Paca de la ausencia de Nina, ni aun viéndose rodeada de sus hijos, que fueron a participar de su ventura, y a darle parte principal de la que ellos saboreaban con la herencia.

Una tarde, después de comer a la francesa, gran novedad en el pueblo, donde el clásico puchero se servía en casi todas las casas de doce a dos, Emma, que bebía a los postres una copa de Jerez superior auténtico, traído directamente, por encargo de la señora, de las bodegas jerezanas, se quedó mirando a su marido fijamente, con ojos que preguntaban y se reían, burlándose al mismo tiempo; mientras sus labios y el paladar saboreaban un buche del vino andaluz que ella zarandeaba con la lengua voluptuosamente.

El néctar era siempre delicioso, la ambrosía exquisita. Saboreaban el olor de las hecatombes, oían como una música el concierto de las voces suplicantes.

Poco a poco, el bombeo de la sierra, que desde abajo parecía continuo y uniforme, empezó a encoger el radio de su curva hasta quedar la trillada senda que nos era forzoso seguir como raya de mulo sobre su espinazo, y a cada lado una profunda «hoyada» con hermosas brañas en sus laderas, y arroyos cristalinos en el fondo, golosinas que saboreaban a sus anchas las yeguadas y rebaños que se buscaban la vida por allí.

Por la noche se tocaba, se cantaba, se saboreaban los escándalos sociales, se criticaba, se mordía en grande y se jugaba... se jugaba grueso. Era la única mala pasión del gentil don Benito; superior en él a todas las otras, lo dominaba y lo consumía.