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Aunque buenas ganas se le pasaban de desafiar a alguno de los del Camarote, comprendía que el único capaz de batirse era Gabino Maza. A éste le tenía una migajita de respeto, sobre todo desde que había oído decir al profesor que en los duelos era preciso tener mucho cuidado con los hombres violentos, aunque no supiesen esgrima.

¡Oh! tía Liette, tía Liette... Y rompió a sollozar... Aquel era el peligro previsto y temido; la hija del comandante encontró toda su energía para hacerle frente. Vamos a ver, hija mía, ¿qué hay? preguntó con su dulce firmeza. ¡Va a batirse! La joven, tímida, no se atrevía a pronunciar su nombre; pero no había necesidad. ¡Oh! los presentimientos de las madres...

La señora le prometió ponerle la cama en su propia alcoba si el cura roncaba mucho la primera noche. «Pero ahora que me acuerdo, yo también ronco... En fin, ya se arreglará. Aunque sea en la sala te podrás quedar». Llegó Nicolás Rubín a la mañanita siguiente, y Maxi le vio entrar como un enemigo más con quien tendría que batirse.

Don Melchor no quiso convenir en ello: discutió, gritó, se enfureció. Se conocía, no obstante, que deseaba aturdirse. Las razones de Gonzalo le trabajaban en el alma y se la llenaban de amargura. Últimamente, ya se batía en retirada. Pedía tan sólo que se aplazase el lance; que se fuese a viajar una temporada, y si a la vuelta persistía en batirse, lo hiciese.

El carlismo se extendía y marchaba de triunfo en triunfo. En Cataluña y en el país vasco-navarro iba haciendo progresos. La República española era una calamidad. Los periódicos hablaban de asesinatos en Málaga, de incendios en Alcoy, de soldados que desobedecían a los jefes y se negaban a batirse. Era una vergüenza.

Así habían permanecido los dos mucho tiempo, sufriendo el más horrible de los suplicios encerrados en aquella bolsa agitada continuamente por los movimientos que hizo el coloso para defenderse de la máquina voladora, para desamarrar la barca, para inundar la artillería de los pigmeos y para batirse al fin con los dos buques enemigos.

No tocar el piano le diría . Y si, en vez del ajedrez o el piano, el señor en cuestión se orientase hacia la esgrima y quisiera batirse conmigo a espada o a sable, mi contestación sería igualmente lacónica. Lo siento mucho, pero no batirme a sable ni a espada... En el primero y el segundo casos, todo el mundo encontraría mi negativa perfectamente natural.

Damos al egregio Duque la más cumplida enhorabuena». Este indigno comentario tuvo dos días enfermo al nobilísimo Belinchón, pasados los cuales mandó sus padrinos a Maza. Pero éste contestó que mientras estuviese constituído en autoridad no podía batirse.

Juan Formosa, Feliciano Santiesteban, Pastor Pérez y Carlos Tomé, que así se llamaban los cuatro rurales, y el valiente cabo Angulo se han hecho acreedores á una recompensa, y muy particularmente Carlos Tomé, último que se retiró, después de batirse cuerpo á cuerpo con un formidable negro que se había apoderado de la bandera nacional que se guardaba en una de las habitaciones del cuartel, y la cual consiguió rescatar el valeroso guardia.

Y cuando alguien me desafíe, yo le diré que no me batir, en vez de plantearle el problema de la moral del duelo. Por lo demás, acaso toda la moral del duelo consista precisamente en esto. Cuando todo el mundo llevaba una espada al cinto y sabía más o menos manejarla, batirse en duelo era una cosa así como lo que es hoy liarse a garrotazos.