United States or South Georgia and the South Sandwich Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Ellos no tienen culpa alguna decía el viejo , pero yo no puedo quererlos. Además, ¡tan semejantes á su padre, tan blancos, con el pelo de zanahoria deshilachada, y los dos mayores llevando anteojos lo mismo que si fuesen escribanos!... No parecen gentes con esos vidrios: parecen tiburones.

Sustituyeron las largas excursiones con paseos racionales; y aun para éstos, por quererlos dar su hija muy de mañana, se halló perezoso el padre.

Además y aquí enrojecía vivamente , la proporcionaba cierta satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los atlots que venían a verla de grandes distancias a Can Mallorquí. ¿Pero quererlos? ¿casarse con ellos?... Había acortado su paso al hablar.

Y en cuanto a los chiquillos, será más notable la diferencia, porque los que tenga, si los tengo, como espero y deseo, no han de ser impecables y celestiales como los imaginados, sino llorones, traviesos, sucios y tercos, y me han de armar al día mil perreras, y han de tener entre ellos mil cachetinas; todo lo cual me hará no quererlos tanto.

Así consumen cada año más de 400 reses, fuera de las terneras que roban, y que precisamente han de ser muchas, cuando nunca pasa la yerra de la sexta parte del ganado que hay, siendo así que pudiera llegar cuando menos a la cuarta parte. Pero no hay arbitrio para remediar este desorden en las presentes circunstancias, porque, de quererlos apremiar, luego se experimenta la deserción.

Déjelos que digan; Dios está en lo alto y nos ve a todos. Lo ; pero esto no basta a tranquilizarme. tienes hijos, Tomasa, y conoces lo que es quererlos. No sólo nos hiere lo que se hace contra ellos, sino lo que se dice... ¡Qué días llevo de sufrimiento! De pequeño ya sabes que toda mi ilusión era llegar a lo que soy.

Pues, a quererlos hacer, de paleta me había venido la ocasión en mi gobierno. Abajó la cabeza don Quijote y hizo reverencia a los duques y a todos los circunstantes, y, volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza.

Tuvo bastante fortaleza para contener sus ansias y dejar para la tarde la visita. Su madre le habló como siempre, de lo que se murmuraba, y él encogió los hombros. Oía la voz dura y seca de doña Paula anunciando, por asustarle, el cataclismo de su fortuna, la ruina de su honra, como si le hablase de los cataclismos geológicos del tiempo de Noé. Le parecía que era otro Provisor aquel de quien el público se quejaba. «¡Ambición, simonía, soberbia, sordidez, escándalo!... ¿qué tenía él que ver con todo aquello? ¿Para qué perseguían a aquel pobre don Fermín si ya había muerto? Ahora el don Fermín era otro, otro que despreciaba a sus vecinos y ni siquiera se tomaba la molestia de quererlos mal.

Y por cierto que le tomé tal cariño, que pensaba para : «Si tengo hijos algún día, no es posible quererlos más que a mi hermano». Después he visto que esto era un disparate; a los hijos se les quiere muchísimo más aún. El cielo se nublaba lentamente, y se oscurecía la capilla. La señorita hablaba con sosiego melancólico.

Te confieso que para querer á los hombres tengo que acordarme á menudo de que son prójimos y quererlos por amor de Dios. Á las mujeres, por el contrario, las quiero, no ya sin esfuerzo, sino por inclinación decidida. Sois dulces, benignas, compasivas y muchísimo más religiosas que los hombres.