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Ganada la votación, para contentar a la minoría, el presidente del Casino declaró imparcialmente que «el verdadero pecado del Provisor era la simonía». El Marquesito, licenciado en derecho civil y canónico se hizo explicar la palabreja.

Tuvo bastante fortaleza para contener sus ansias y dejar para la tarde la visita. Su madre le habló como siempre, de lo que se murmuraba, y él encogió los hombros. Oía la voz dura y seca de doña Paula anunciando, por asustarle, el cataclismo de su fortuna, la ruina de su honra, como si le hablase de los cataclismos geológicos del tiempo de Noé. Le parecía que era otro Provisor aquel de quien el público se quejaba. «¡Ambición, simonía, soberbia, sordidez, escándalo!... ¿qué tenía él que ver con todo aquello? ¿Para qué perseguían a aquel pobre don Fermín si ya había muerto? Ahora el don Fermín era otro, otro que despreciaba a sus vecinos y ni siquiera se tomaba la molestia de quererlos mal.

Cuando se le hablaba de los supuestos cohechos del Provisor, de su tiranía, de su comercio sórdido, se indignaba el anciano y negaba en redondo hasta los casos de simonía más probables.

Tal maña se daban Glocester y don Custodio y otros señores del cabildo, algunos empleados de la curia eclesiástica, y entre el elemento lego Foja y don Álvaro; este por debajo de cuerda y conteniéndose en lo que se refería a la simonía y despotismo que se achacaba al Provisor. En el Casino tampoco se hablaba de otra cosa.

El abad de Ulloa, al cual veía con más frecuencia, no le era simpático, por su desmedida afición al jarro y a la escopeta; y al abad de Ulloa, en cambio, le exasperaba Julián, a quien solía apodar mariquita; porque para el abad de Ulloa, la última de las degradaciones en que podía caer un hombre era beber agua, lavarse con jabón de olor y cortarse las uñas: tratándose de un sacerdote, el abad ponía estos delitos en parangón con la simonía. «Afeminaciones, afeminaciones», gruñía entre dientes, convencidísimo de que la virtud en el sacerdote, para ser de ley, ha de presentarse bronca, montuna y cerril; aparte de que un clérigo no pierde, ipso facto, los fueros de hombre, y el hombre debe oler a bravío desde una legua.

Esotra es la Avaricia, que está opilada de oro , y no quiere tomar el acero , porque es más bajo metal. Aquellas que vienen, con tocas largas y antojos, sobre minotauros , son la Usura, la Simonía, la Mohatra, la Chisme , la Baraja , la Soberbia, la Invención, la Hazañería, dueñas de la Fortuna.