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En el jardín, Diana volvió a dar bromas a Huberto sobre su deserción: Alicia de Blandieres le haría pagar caro semejante proceder. La señorita de Gardanne preveía complacientemente todo el trabajo que tendría en hacerse perdonar por su amiga cuando Huberto la encontrase en sociedad.

No los llamaba para convidarlos a la deserción, no; les advertía el noble propósito de la lucha; y antes de comenzarla, él, el más débil, el que solo contaba con su esfuerzo, el que bien se daba cuenta de lo áspera y difícil que iba a resultar, en el momento en que el encono es más natural en el espíritu del hombre, proclamaba un ideal de fraternidad para con el adversario y de antemano quería asegurar para un mañana más o menos incierto, pero en el cual él tenía mucha fe, un programa de perdón, de ausencia total de rencores, de olvido de la lucha misma.

Pero decidme por Dios, Eloisita, lo que tengo, pues es una obra de misericordia enseñar al que no sabe. Lo que tenéis, Arias, harto lo sabéis. ¿El qué? Una decepción murmuró Eloísa. ¿Una qué? preguntó Rafael, que no la entendió. Una decepción repitió Eloísa. ¡Ah!, ¡ya!, había entendido deserción, y mi honor militar se había horripilado.

Más tarde fué reclutado para el ejército de los Andes, y enrolado en Granaderos a caballo; un teniente García lo tomó de asistente, y bien pronto la deserción dejó un vacío en aquellas gloriosas filas.

Del aborrecimiento que los indios tienen a la comunidad, de la corta asistencia que tienen de ésta y de las vejaciones que reciben de los corregidores y cabildos resulta la mayor parte de la deserción que se experimenta en los pueblos; la que es tanta que se puede computar que en el día está fuera de sus pueblos cuando menos la octava parte de los naturales que existen.

Fue, como ya sabemos, una de las que contribuyeron a la educación y a la carrera del P. Gil; pero en la deserción que se operó en el rebaño de D. Narciso a la llegada de aquél, permaneció fiel a su pastor. Quizá ayudase a mantenerla firme la huida de Obdulia, de quien ella tenía, según fama, unos celos rabiosos, y por lo visto no le faltaba razón.

Aquella noche Cándida, la huesuda señorita que ya conocemos, en vez de ir a besar la mano al P. Melchor y sentarse a su lado y cuchichear toda la velada, fue a hacer lo mismo con el P. Norberto. ¿Por qué esta deserción? En la tertulia nadie lo sabía más que los interesados y D.ª Rita.

Como por encargo del médico se le vedaba hasta el asomar las narices al cuarterón abierto de una ventana, se consumía de impaciencia en los páramos entenebrecidos de su cárcel; y cuando llegaba la noche y, después de rezar el Rosario en la cocina, veía entrar en ella dispersos, acobardados, ateridos de frío y calados de agua a unos pocos tertulianos de los de aquella apretada falange de las primeras noches, y notaba la causa de la deserción de los demás en el furioso batir de las celliscas contra puertas y ventanas y en el cañón de la chimenea, quedábase pensativo y mustio, con la cerviz humillada y la vista fija en el flamear de la lumbre, cuyo calor buscaba por instinto.

Así consumen cada año más de 400 reses, fuera de las terneras que roban, y que precisamente han de ser muchas, cuando nunca pasa la yerra de la sexta parte del ganado que hay, siendo así que pudiera llegar cuando menos a la cuarta parte. Pero no hay arbitrio para remediar este desorden en las presentes circunstancias, porque, de quererlos apremiar, luego se experimenta la deserción.

Para remediar VV. SS. aun lo que les parece increible, y es el que los Portugueses se establezcan al sud de dicho Corrientes, hallan muy fácil obligarles á la desercion, sin mas diligencia que la de establecernos al norte de dicho Corrientes con la mayor cercania á ellos.