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Pero explíqueme usted... le dijo el coadjutor juntándose a él y haciendo esfuerzos por seguirle el paso. Ya te lo explicaré... Ahí más abajo. Cuando hubieron salido de la Gusanera, salvado la plaza y entrado en la calle del Cuadrante, D. Norberto acortó un poco el paso. El excusador aprovechó la ocasión para insistir en sus preguntas. Vamos a ver, ¿qué le ha pasado a usted?

El P. Gil quedó más sorprendido que enojado de aquel desprecio. Viendo que sus compañeros prescindían de él, prescindió de ellos sin gran pesar. Sólo hablaba con el P. Norberto y con D. Miguel. El viejo párroco, a quien se había privado de la jefatura de hecho, mantenía, no obstante, con tesón su derecho, inventaba mil trazas de demostrarlo al vecindario.

Los ánimos estaban un poco abstraídos. Reinaba cierta inquietud en la tertulia, motivada por la presencia del P. Gil, a quien ninguno de sus colegas, si se exceptúa el P. Norberto, mostraba simpatía. La conversación fue rodando de uno en otro asunto, todos de poca monta.

D. Juan Antonio Zelaya, se dijo: Que se conforma con el voto dado por el Sr. D. Manuel José de Reyes. Por el Sr. D. Nicolas de Bedia, se dijo: Que reproduce el voto del Sr. D. Vicente Carvallo. Por el Sr. D. Norberto de Quirno y Echandía, se dijo: Que reproduce el voto del Sr. D. Manuel José de Reyes. Por el Sr. D. Agustin de Orta y Azamor, se dijo: Que reproduce el voto del Sr.

Por tal razón quizá, el P. Norberto gozaba de generales simpatías en la villa y no era mal quisto de sus compañeros. Sólo se le conocían tres pasiones, los callos guisados, el tresillo y otra de que más adelante hablaremos. Cuando en una casa, de las que frecuentaba, había callos para la comida o la cena, ya se sabía que era de rúbrica el convidarle.

Eso lo hará usted porque es un grosero y ha adquirido malas mañas allá por Málaga. Aquí el padre Norberto de seguro no lo hubiera hecho. ¡No, no! Yo soy incapaz... dijo el cura, sofocado por la risa, tosiendo hasta reventar. No he salido de Peñascosa... Yo lo que hago es achicarme y correr ese punto de oros de mi compañero. Y puso sobre la mesa un cuatro.

No era todo hacer calceta ni colchas de crochet: también se rendía culto a la música. El P. Norberto era organista de la iglesia, y aunque conocía poca música profana, algunos nocturnos tocaba, y cuando no, acompañaba al P. Narciso, que entre sus múltiples habilidades tenía la de tocar en la flauta dos o tres pavanas y la sinfonía de Juana de Arco.

El sueño de D. Norberto era fundar en Peñascosa un convento de arrepentidas. Para lograrlo sería capaz de andar pidiendo limosna por toda la provincia, de trabajar él mismo como bracero en el edificio, hasta de renunciar a comer callos por el resto de su vida. En la villa todos conocían esta su manía. La mayor parte se mofaba de ella.

Pero en aquel instante salió de una de las ventanas de la casa y voló por el aire el sombrero, cayendo enmedio de la carretera, esto es, cerca de los clérigos. Al mismo tiempo una voz ruda dijo, acompañándolo de varias interjecciones: Toma la teja, ladrón. Si vuelves por aquí, te vas sin las orejas. El P. Norberto se apresuró a recogerla del suelo y echó a andar.

¿Qué es eso, D. Romualdo? preguntó riendo D. Norberto. ¿Le ha tocado el tres de bastos? , señor; pero me consuela que hay palos para todos. Pues yo no tengo ninguno replicó el cándido presbítero. ¡Otro los recibirá! Hacemos todos lo que podemos; pero no cabe duda que unos pueden más que otros. El P. Gil es un santo, es un apóstol de los primeros tiempos de la Iglesia.