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Capus, cruzado de brazos y sonriendo benévolo ante la superficialidad de todas las virtudes y defectos humanos, traduce fielmente el espíritu de nuestra época; época sin ideales, en que los hombres, convencidos de la levedad de sus méritos, perplejos y acobardados por el desplome de la vieja fe y el amanecer de una moral nueva, huyen de las afirmaciones rotundas, y sólo se complacen en la grandeza tolstoiana del perdón.

Pero así y todo, o quizás por lo mismo, en aquella visita no se rió una sola vez con las veras de antes; ya al despedirme yo «hasta la vuelta» con un apretón de manos muy elocuente, tuvo que darme con los ojos acobardados la respuesta que le faltó en sus palabras descosidas.

Con solo matar veinte de vosotros, Pues sois de tanta fama y nombradia, La vida por bien dada de nosotros Tenemos todos juntos este dia: ¿Podeis ser mas valientes que los otros, Cuyo valor poco que fenecía? Salid á los vengar, acobardados, Cornudos, mugeriles y apocados."

Eso hace que siguiendo caminos muy opuestos, nos encontremos un día en el mismo punto, acobardados y «sin familia» añadí, usando la frase «sin familia» en vez de otra mucho más clara que se me vino a los labios. Magdalena tenía los ojos fijos en el bordado, pero clavaba la aguja al azar, sin poner atención.

Cortés conoció las rivalidades de los indios, puso en mal a los que se tenían celos, fue separando de sus pueblos acobardados a los jefes, se ganó con regalos o aterró con amenazas a los débiles, encarceló o asesinó a los juiciosos y a los bravos; y los sacerdotes que vinieron de España después de los soldados echaron abajo el templo del dios indio, y pusieron encima el templo de su dios.

Como por encargo del médico se le vedaba hasta el asomar las narices al cuarterón abierto de una ventana, se consumía de impaciencia en los páramos entenebrecidos de su cárcel; y cuando llegaba la noche y, después de rezar el Rosario en la cocina, veía entrar en ella dispersos, acobardados, ateridos de frío y calados de agua a unos pocos tertulianos de los de aquella apretada falange de las primeras noches, y notaba la causa de la deserción de los demás en el furioso batir de las celliscas contra puertas y ventanas y en el cañón de la chimenea, quedábase pensativo y mustio, con la cerviz humillada y la vista fija en el flamear de la lumbre, cuyo calor buscaba por instinto.

Saulo y Alvaro la censuraron: créese que S. Eulogio hizo lo mismo . El obispo fué segunda vez encarcelado: el sabio doctor tuvo que ocultarse: los seglares nobles y conocidos temian por instantes la misma pena: todos andaban acobardados, atribulados, huidos. Abde-r-rahman al ver frustradas sus esperanzas se entrega de nuevo á su delirante saña.

Venidos al real estos huidos, Despacha Juan Ortiz á priesa gentes: Con Pablo Santiago son partidos Diez ó doce soldados diligentes. Aquestos en un cerro estan subidos A vista del real, á valientes Y astutos en la guerra, y muy cursados, Estan con el temor acobardados.