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Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante.

Don Claudio Fuertes le pescó en el Casino, muy atenuado y confuso, porque delante de él nadie osaba decir todo lo que sabía. Pero como era evidente que algo había sucedido, alarmose y corrió a la botica para averiguar lo cierto. Don Adrián sabía ya para entonces algo más de lo que le había contado Cornias: sabía que Nieves iba también en el yacht, y que también se había mojado; y esto lo sabía porque Leto había creído de necesidad contárselo en justificación de su invencible disgusto, y por temor de que su padre supiera por otro conducto toda la verdad y la creyera. El pobre boticario estaba transido de pesadumbre. «Nada tenía de particular el caso en , aislada, concreta y separadamente, eso es»; pero considerando que Nieves había salido aquel día a la mar por primera vez y sin permiso ni conocimiento de su padre, ¡qué no estaría pensando y sintiendo a aquellas horas su bondadoso y respetable amigo el señor don Alejandro Bermúdez Peleches, si era sabedor de todo? Por aquí, por aquí le dolía al apacible don Adrián entonces; y como Leto se quejaba también del mismo lado, y ninguno de los dos tenía serenidad bastante para presentarse en Peleches con aquellos temores sobre el alma, Fuertes les reprendió la cobardía, y les dio razones que les obligaban a lo contrario: si lo sabía don Alejandro, para disculpar Leto a Nieves y disculparse él mismo honradamente; si lo sabía y no le daba importancia, para que viera que tampoco se la daban ellos; y si nada sabía, tanto mejor para todos.

Las oficinas han sido el tronco en que se han injertado las ramas históricas, y de ellas han salido amigos el noble tronado y el plebeyo ensoberbecido por un título universitario; y de amigos, pronto han pasado a parientes. Esta confusión es un bien, y gracias a ella no nos aterra el contagio de la guerra social, porque tenemos ya en la masa de la sangre un socialismo atenuado e inofensivo.

Hoy todo se ha suavizado, y cuando la lucha por la existencia penetra en el círculo de la familia, se contenta uno, en las horas sombrías, con desear a la persona que incomoda seis pies de tierra sobre el cuerpo. Ese deseo, es el asesinato de otros tiempos, atenuado por las nuevas costumbres.

Yo no quise, ni pude decir esto al Conde, y esto hubiera sido menester decirle, aunque atenuado con rodeos y primores de estilo. Por no decirle esto, porque me repugnaba decírselo, y porque le amaba, me he rendido sin condiciones, le he abandonado mi alma y mi vida.

No me lo expliques dijo la señora, cuyo acentillo andaluz persistía, aunque muy atenuado, después de cuarenta años de residencia en Madrid . Ya estoy al tanto. Al oír las doce, la una, las dos, me decía yo: 'Pero, Señor, por qué tarda tanto la Nina?. Hasta que me acordé... Justo.

Había aparecido el clavo, que era la sensación de una baguetilla de hierro caliente atravesada desde el ojo izquierdo a la coronilla. Después pasaba al ojo derecho este suplicio, algo atenuado ya. Doña Lupe, tan cariñosa como siempre, le puso láudano, y arreglando la cama y cerrando bien las maderas, le dejó para ir a hacer una taza de , porque era preciso que tomase algo.

Pero quizá la dosis que había tomado era demasiado débil, quizá el tiempo hacía más de un año que Marta había muerto de parto, y en esa época era cuando él había dado a Olga la poción calmante quizá el tiempo había atenuado la fuerza del veneno. , , así era; era preciso que así fuera. Mal conservada, la morfina puede descomponerse y volverse inofensiva.

Observaré que esta tendencia á la dispersión se ha atenuado mucho en los tiempos presentes. Los actuales novelistas gustan más de recoger una acción y seguirla sin vacilaciones ni tregua que de entretenerse con otras narraciones secundarias más ó menos alejadas de la principal, como hacían los del siglo pasado y los de la primera mitad del presente.

Las Aliaga oían sus palabras con una suerte de avidez febril. Rara vez ocurría que así se pusiera a contar historias de su tiempo; la vejez avanzada había atenuado mucho su sensibilidad, le había comunicado una especie de indiferencia para todas las cosas, y también para misma, porque hablaba de morirse sin que tal idea despertase en ella zozobra alguna.