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Luis, de veintiséis años, tenía treinta mil reales en la Secretaría del Ministerio; Antoñito, de veintidós Navidades, gozaba veinticuatro en una Dirección limítrofe; Federico, de diez y nueve, se dignaba prestar sus servicios al lado del papá por la remuneración de catorce mil reales; Adolfito, de quince, había admitido un bollo de ocho mil entre los escribientes, y el gato..., no, el gato no había recibido aún la credencial; pero la recibiría en justo galardón de su celo persiguiendo a los ratoncillos que roían los papeles de la oficina.

No se cansaba de pesar los inconvenientes de la unión con su sobrina, que no eran pocos ni leves. Pero como al mismo tiempo la pasión le espoleaba y los celos tanto le roían, a veces aquéllos le parecían nada, y decidía en un punto su matrimonio. En una misma hora se casaba y se descasaba varias veces.

Sobrevino en aquel tiempo un aumento de las dificultades y ahogos de la familia en el orden administrativo: las deudas roían con diente voraz el patrimonio de la casa; se perdían fincas valiosas, pasando sin saber cómo, por artes de usura infame, a las manos de los prestamistas.

Si llevaban más de un año encerrados en el Acuario, enfermaban de tristeza y roían sus patas hasta matarse. ¡Ah, bandidos simpáticos y vigorosos! continuó, con un entusiasmo histérico . ¡Los adoro! Quisiera tenerlos en mi casa, como se tienen los peces dorados, en un bocal; darles de comer á todas horas; ver cómo devoran...

Sin embargo, supe, por fortuna, contenerme y guardar silencio, prefiriendo ocultar lo que sabía y esperar el desenvolvimiento de los hechos y de aquella extraordinaria situación. Sin embargo, mi corazón rebosaba de indignación y unos feroces y locos celos lo roían.

El tintorero estaba machacando en un mortero cien y cien materias que andaba sacando ora de un pote, ora de una marmita, ora de un saquillo; y revolviéndolo todo, y pasándolo de una cazuela á otra, y echando ora acá, ora acullá, cucharadas de líquidos que apestaban, y de cuyo contacto era preciso guardar el cútis porque le roian mas que el fuego, se aprestaba á vaciar los ingredientes en diferentes calderas, y sepultar en aquella inmundicia gran número de materias y manufacturas de inestimable valor. «Esto se va á desperdiciar todo, decia el analítico.

La cosa á tal extremo hubo llegado, Que carne humana que se comia: Hambre canina fuerza allí á un soldado, Pensando que su hecho nadie via. Las tripas le sacára á un ahorcado, Y al medio del cocer se las comia: Los huesos se roian de finados, ¿Quien no llora estos casos desastrados?

Al pasar junto al Templo del Cielo, vi apiñada en una grada una legión de mendigos; llevaban por todo indumento un trapo amarrado a la cintura con un cordel; las mujeres, con los cabellos cubiertos de viejas flores de papel, roían huesos tranquilamente, y los cadáveres de las criaturas se pudrían a su lado bajo el vuelo de los moscardones.

No se oía sino el rabioso crujir de las mandíbulas tiburonianas de mi tía Medea, que con cierta complacencia maléfica, aunque llena de voluptuosidad, imaginaba aplastar el cráneo de alguna de sus rivales en el inocente coscorrón de pan que roían sus molares y el tímido y casi silencioso masticar de los que temíamos herir los oídos susceptibles de la señora.

Las chispas rodaban sobre los volúmenes hasta hacer presa en ellos, y sus puntos rojizos, agitándose como larvas ardientes, roían las hojas antes que se cebara en ellas la enfurecida llama. Las tapas y las cubiertas empezaban a retorcerse.