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Pero Buenos Aires, en medio de todos estos vaivenes, muestra la fuerza revolucionaria de que está dotada. Bolívar es todo; Venezuela es la peana de aquella colosal figura; Buenos Aires es una ciudad entera de revolucionarios; Belgrano, Rondeau, San Martín, Alvear y los cien generales que mandan sus ejércitos son sus instrumentos, sus brazos, no su cabeza ni su cuerpo.

Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha simbólica, queda a un lado la gigantesca Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la salutación: «A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimentan un sinnúmero de almas y corazones.

A Carmencita le dió mucha lástima de aquel inconsolable dolor rodando por el rostro bendito. Tomó la imagen y la aseó; y a escondidas, con sobresaltos y recelos, le hizo una túnica piadosa con el traje blanco de triste membranza. El Niño estaba sobre un mundo dorado, encima de una peana rústica.

Del medio de esta faja baja otra perpendicularmente hasta el suelo, dejando un arco á cada lado con su arco ciego encima, y encerrándolos á manera de arrabá. En la faja perpendicular se ve una imágen sostenida en una peana cuya base es una columna de jaspe, y debajo de una marquesina gótica muy labrada que descansa en dos columnitas espirales.

Domingo: uno a la parte de la Epístola en igual plano de la peaña del Altar, que se había revelado sobre el pavimento de la Iglesia nueve gradas, y en este tablado adornado ostentosamente estuvieron bajo dosel carmesí con magestad de Tribunal, los Señores Inquisidores comenzando por la parte de arriba el más antiguo.

Y el viejo, temblando bajo sus ropas mojadas, se metió resueltamente en el agua dando diente con diente. La imagen iba entrando con lentitud en los callejones inundados. Los robustos gañanes, encorvados bajo el peso de las andas, se hundían en el agua; sólo podían avanzar ayudados por un grupo de fieles que se cogían a la peana por todos lados.

Y al extremo del pasillo, entraron en la única habitación vividera de la casa: una alcoba con cama camera de hierro, colcha de punto de gancho, espejos torcidos, láminas de odaliscas, cómoda derrengada, y un San Antonio en su peana, con flores de trapo y lamparilla de aceite. El diálogo fue rápido y nervioso: «¿Qué se le ofrece? Pues poca cosa. Que me prestes diez duros.

El frac negro, la corbata blanca y la cabeza perfumada en el mozo, no son el signo de una conquista reparadora en la vía del derecho, no suponen una humanidad que se enaltece enalteciendo al hombre; que glorifica al hombre, glorificando el pensamiento de un principio hacedor y universal; no es la historia, redimida á precio de sangre y de virtud en el Evangelio; redimida en la cruz á precio de una verdad sublime, de un dolor sublime tambien, de una paciencia más sublime todavía; no es la historia cristiana que entrega al mundo el dia magnífico de la moral, no: no es el santo eso que veis ahí; es un trozo de mala madera que se viste de santo, para que sobre el ribete de su peana caiga la ofrenda del necio creyente.

E inflamadas por el agradecimiento las mujeres lloraban, abalanzándose a las andas del santo, besando en ellas lo primero que encontraban, los barrotes de los portadores o los adornos de la peana; y toda la fábrica de madera y bronce sacudíase como una barquilla entre el oleaje de cabezas vociferantes, de brazos extendidos y trémulos por el entusiasmo.

En efecto: sea o no sea porque las cosas no andan tan bien en este mundo como sería de desear, culpa de la ingrata naturaleza o de un organismo social incorrecto y vicioso, lo cierto es que cada uno de los ideales que Lully va formando y colocando a manera de ídolo sobre un pedestal o peana, se derriba pronto, porque la base o el pedestal viene a tierra.