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Ni hecho de encargo pudiera ser mejor; pero también por una serie de casos fortuitos, largos de exponer aquí, este amante archi-espiritual y semi-místico se va lejos: se diría que se desvanece. En suma: la pobre Lully, creando en balde ideales que la casualidad o el diablo derriba luego, viene a caer en la más real y lastimosa bajeza que imaginarse puede.

Espera ser madre y se propone consagrar al hijo de sus entrañas toda la vehemencia afectiva de su corazón, sus pensamientos y la vida y el ser de su espíritu. Así pasa Lully el tiempo, y se consuela con estas ideas y con estos planes, hasta que llega el día del esperado parto. Lully está a punto de morir, y pare un niño muerto. El desengaño no puede ser más completo ni más terrible.

Y no deja de haber en la novela algunas figuras como la de la madre de Lully, donde la nota cómica está tocada con delicadeza, o como Eduardo Hita, el parásito servicial y bufón, con cierta energía satírica, bien representado.

Por desgracia resulta que Cabrera, que así se llama el marido de Lully, es un señorito tan grosero y vulgar de sentimientos que, a los pocos días de casado, se tima o se pone en relaciones pecaminosas con las daifas o zuripantas, que encuentra a su paso en el viaje de novios. No son ya posibles la devoción y el afecto conyugales con que había soñado Lully. Nuevo ideal por tierra.

Y como este hombre había coqueteado con chucha y hasta la había pretendido, por vicio extraño o tal vez por cálculos de conveniencia, a la pobre Lully no le queda siquiera el consuelo de figurarse a su seductor, o como queramos llamarle, menos ruin y desalmado de lo que era. Tal es la primera fingida historia, harto poco consoladora en verdad, que el Sr. Danvila ha escrito.

Así Lully acaba por quedarse sin ideal alguno, sino muy tristemente desengañada. De todo lo cual bien pudiera deducirse la más cristiana y ascética de las moralejas: que no debemos poner en esta vida, sino en otra mejor, el blanco de nuestras aspiraciones y deseos.

Para reemplazarle piensa Lully en la poesía sublime de la maternidad; en sus goces, deberes y sacrificios; pero el tálamo es estéril para Cabrera. Hay un momento en que sueña Lully con una pasión quintaesenciada, purísima, castísima, sin la menor mácula que deslustre su limpieza. Lully halla por fortuna al hombre adecuado para este fin.

Si el propósito se hubiera aclarado y marcado más, acicalando el autor el estilo irónico y aguzando su punta, en vez de titularse la novela Lully Arjona, hubiera podido tener por titulo Derribo de ideales.

Medio sorprendida y medio violentada, en un instante de debilidad y de ceguera, casi sin conciencia y sin brío para resistir, Lully se rinde y se entrega a un hombre perverso y audaz que no la merece. Aun después de esta caída Lully procura consolarse con un ideal, ya que no nuevo, renovado.

Llega Lully o frisa en los treinta años, y no encuentra tal novio. La base de este ideal se derrumba. Lully tiene que contentarse con la mitad de lo idealizado. A falta de novio o de marido, hermoso, enamorado, galán y discreto, se contenta y resigna con que sea rico. Y Lully se casa. Entonces se esfuerza por construir para su uso otro más pequeño, aunque todavía poético ideal.