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De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro.

Conque ¿qué es lo que se te ocurre, hijo mío? Pues lo que se me ocurre dije yo comenzando a tocar las dificultades de acometer de frente un asunto de tan delicada naturaleza como aquél, cuyo punto de partida era nada menos que la muerte de mi venerable interlocutor , se me ocurre, mi querido tío, algo que se relaciona con otro algo que le a usted esta mañana y me produjo muy honda y muy amarga impresión...

Comenzando a contar por los cubiertos y dos cucharones de plata de anticuada forma, una torta de pan «casero», ocho vasos de cristal verdoso y un botellón muy negro, todo cuanto había y fue apareciendo sobre la mesa era macizo y grande y abundante hasta lo increíble.

Cuando la vejez enfriaba su corteza, la vida animal asomaba como una consecuencia del medio favorable, ajustándose a las condiciones de éste, comenzando con formas tímidas y microscópicas de existencia, con el musgo que apenas cubre las rocas, con el animal que apenas presenta los vestigios de un organismo rudimentario.

Y las suyas el de Dulcinea del Toboso, querida replicó la Mazacán comenzando a sulfurarse. ¡Ya lo creo que las tiene!... Sobre todo cuando se atraviesa lo que yo me ... ¿Y qué es ello?... La envidia, hija, la envidia. ¿La envidia?... ¿De quién?... Tuya, por ejemplo. La Mazacán saltó a su vez hecha una hiena, porque el tiro fue a dar en el blanco.

A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera: -Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas.

Pasó por fin la última roca, la Diablura, donde iba la gente de trueno, más atroz en sus obsequios y tenaz en proporcionar ganancias a los almacenes de cristales, y la calma se restableció en la plaza, comenzando a aclararse el gentío. En casa de Cuadros, las señoras, cansadas de permanecer tanto tiempo de pie en los balcones, iban en busca de los mullidos asientos de las salas.

Y el tío Frasquito, rebosando indignación, palpábase con el reverso de la mano el sitio en que, naturales o postizas, debía de tener las suyas. Jacobo nada decía, y comenzando el viejo a notar su preocupación, indicóle bonitamente que el almuerzo terminaba y le estaba ya estorbando.

Tal vez en consideración a ese menguado propósito pregonaba a la luz del día sus relaciones con cierta comiquilla que merced a las larguezas del tardío calavera arrastraba en el Bosque uno de los mejores equipajes de París, y aun se añadía que no era ésta la mayor de sus locuras, comenzando a prestársele detalles de vida y costumbres que informaban los más deplorables caracteres.

Para disimular su turbación comenzó á dar palmaditas en el cuello á la jaca, narró con cierta incoherencia los pormenores de la enfermedad del párroco, tales como se los había oído á D. Nicolás el médico la tarde anterior en la Pola. La conversación se prolongó algún tiempo. Hablaron también de las minas de Carrio y del ferrocarril, cuyos trabajos estaban comenzando.