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Sobre el hule que cubría la camilla estaba el rosario de Tirso y un librito de lecturas devotas, con las tapas abarquilladas y mugrientas. Hablemos bajo comenzó diciendo Pepe. Y el diálogo prosiguió en frases mortecinas, cobrando, en cambio, los rostros toda la energía que faltaba a la expresión de las palabras.

Aquellos hombres de largas blusas y boinas mugrientas, apoyados en fuertes garrotes, miraban con asombro, como si fuesen de una raza distinta, á los arrogantes mineros, que se llamaban á gritos y se abrían paso reclamando el auxilio del alguacil, única autoridad que guardaba el orden del inmenso concurso, sin más arma que un mimbre blanco.

Veía en sus pesadillas arroyos claros y murmuradores, ríos inmensos; y buscando frescura para su boca, paseaba la lengua por las paredes mugrientas, sintiendo cierto alivio al contacto de la cal del enjalbegado. La privación y el encierro perturbaban su inteligencia con horribles delirios.

Calzaban alpargatas deshilachadas, o iban con los pies desnudos sobre los fríos baldosines. Vestían ropas remendadas y mugrientas. Algunos no tenían otro traje que la camisa y un pantalón de hombre sostenido por un tirante que les cruzaba el pecho. Llevaban rapadas las cabezas, mostrando muchos de ellos la extraña configuración de sus huesos craneanos.

En otros puestos se exhibían viejos telescopios, cornetines, cartucheras de agrietado cuero, sillas de montar, y entre las ropas mugrientas asomaban, como una primavera moribunda, las pálidas rosas de alguna casulla. Por el centro de la calle pasaban los vendedores ambulantes con grandes cestos de quincalla, pregonando las piezas a real, desde la palmatoria al cepillo y el juego de peines.

Después aparecieron las autoridades de menor cuantía, dos parejas y un inspector que hacía molinetes con el bastón para que se viesen las borlas mugrientas. De pronto sonó un timbre, y luego una campana: el tren había salido de la estación inmediata.

Blas le puso en la cabeza el primogénito de todos los claques, en una mano las mugrientas carteras, en otra los dos duros que para el caso le dio la señorita; la puerta se cerró y oyose el pesado, inseguro paso del hombre eléctrico por las escaleras abajo. A no me divierte esto opinó Jacinta . Me da miedo. ¡Pobre hombre! La miseria, el no comer le habrán puesto así.

¿Ves todos éstos? dijo señalando a los camaradas . Pues me tienen miedo y quieren que sea su capitán. Hemos resuelto, cuando salgamos, hacer una partida y que yo sea el jefe. Circulaba, ocultamente, de celda en celda, un grueso volumen de páginas mugrientas, con las puntas de la encuadernación roídas por el manoseo.

Gabriel vio a su sobrino el Tato vestido con ropón de escarlata, como un noble florentino, dando golpes en las losas con la vara para asustar a los perros. Discutía con un grupo de pastores de la sierra: hombres negruzcos y retorcidos como sarmientos, con chaquetones pardos y abarcas y polainas; hembras con pañuelos rojos y faldas mugrientas y remendadas que pasaban de generación a generación.

Alzábase cerca de la estación una venta con honores de posada, y junto a su puerta, sentados en torno de dos mesillas mugrientas e inseguras cubiertas de jarrillos de vino, bebían y vociferaban hasta media docena de arrieros y zagales.