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Los pergaminos se abarquillaron, crujiendo y chasqueando, y las pavesas, absorbidas del foco de la hoguera, volaban envueltas en una nube de humo hasta desaparecer por el cañón de la chimenea. ¡Cuánto hubiera dado Lázaro por trocar en cosa tangible su memoria, para destruirla también! Cuando el hombre abjura de sus errores, debía tener el derecho de olvidarlos.

#En# un lugar, no muy pequeño ni muy grande, de cuyo nombre no me acuerdo, y en mitad de la plaza dél, #había# mucha gente junta, todos atentos mirando y escuchando a dos mancebos que, en traje de recién rescatados de cautivos, estaban declarando las figuras de un pintado lienzo que tenían tendido en el suelo; parecía que se habían descargado de dos pesadas cadenas que tenían junto a , insignias y relatoras de su pesada desventura; y uno dellos, que debía de ser de hasta veinticuatro años, con voz clara y en todo extremo experta lengua, crujiendo de cuando en cuando un corbacho, o, por mejor decir, azote que en la mano tenía, le sacudía de manera que penetraba los oídos y ponía los estallidos en el cielo, bien así como hace el cochero, que, castigando o amenazando sus caballos, hace resonar su látigo por los aires.

Sobre un lecho, adormida, de piedras finas, te arrullan de los bosques las auras suaves; velan tus sueños de oro castas ondinas, te murmuran mil trovas parleras aves. Palpita en tus entrañas, arde en tu suelo la áurea y candente lava de los volcanes; sierpes de escamas ígneas hienden tu cielo cuando ruedan crujiendo los huracanes.

Ambos se entusiasmaban, se confundían: ella crujiendo convulsamente y con acompasada celeridad; él, jadeante y lleno de sudor, describiendo curvas y más curvas con su brazo; ella recibiendo el papel para lanzarle fuera despues de haber extendido en su superficie un mundo de ideas, y él entonando algún cantar para hacer más llevadero su trabajo.

¡Pero este Ramoncito qué genio tiene!... ¡Quién lo diría!... Vamos, Cobo, no le maree usted más, que puede ponerse malo. La compasión de las señoras le llegó al alma al enfurecido concejal. Callóse de pronto, y crujiendo los dientes de un modo lamentable, se encerró lo menos por una hora en un silencio digno y temeroso.

A un grito de Tom Sickles fustigó Jacobo los caballos bárbaramente, azuzólos Fritz dando voces y el coche arrancó al fin crujiendo, bamboleándose un momento hacia el precipicio, dando, al entrar en la carretera, un vaivén violentísimo, que despidió al hombre dormido desde lo alto de su banqueta en mitad del camino, donde cayó inerte y pesado cual una piedra de diez arrobas, mientras el coche desaparecía entre una gran polvareda por el declive de la cuesta y seguía corriendo hasta llegar frente de Oiquina, donde pudo al fin Jacobo detener el tiro a la sombra de unas higueras, cubierto de polvo, sudoroso, jadeante... Ya era tiempo: el roble, descuajado por completo, cayó a lo largo del violento repecho del camino, quedando suspendido sobre el precipicio por algunas raíces.

La indicación fue buenamente aceptada; la puerta se abrió y cerró tras del anfitrión, y sus compañeros, apoyando las espaldas contra la pared y cobijándose bajo el alero del tejado, esperaron con el oído atento. Por algunos momentos no se oyó más sonido que el gotear del agua del alero y el de las ramas que luchaban contra el viento que las sacudía, crujiendo por encima de sus cabezas.

Y, apenas habían sentado el pie y puesto en ala con otros muchos criados suyos, cuando, acosado de los perros y seguido de los cazadores, vieron que hacia ellos venía un desmesurado jabalí, crujiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la boca; y en viéndole, embrazando su escudo y puesta mano a su espada, se adelantó a recebirle don Quijote.

Allá va la punta de mi capa, que si yo me meto me atollo también y somos dos pájaros en vez de uno. Paréceme bien la idea y agárrome á ella dijo Quevedo agarrándose á la punta de la capa que le había echado el matón. Tiró éste, y crujiendo costuras, abriéndose telas, y con gran trabajo, logró verse al fin en firme Quevedo, pero con una arroba de tierra en cada pierna y perdidos los zapatos.

«Con lanza enristrada cruzó como rayo Llevando la enseña del pueblo de Mayo Del Plata á los Andes y ardiente Ecuador; Y reales diademas, y tronos y cetros Se hicieron pedazos, cual viejos espectros, Crujiendo á las plantas del gran lidiadorEl centinela alzó la noble frente Que súbito relámpago cruzó; Y atónito, el fusil resplandeciente Ante los huesos frios presentó.