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Era tan insolente el tal, que después de ser día claro se paseaba por la celda muy tranquilo y miraba a Sor Marcela con sus ojuelos negros y pillines. «Verás, verás dijo esta subiéndose con gran trabajo a la cama, porque la idea de que el ratón se acercase a uno de sus pies, aunque fuera el de palo, causábale terror , lo que es hoy no te escapas... déjate estar, que ya te compondremos».

Los jugadores de poker habían terminado sus partidas, prudentemente, al ver invadido el salón por una banda de locos que gritaban discursos subiéndose a las mesas, ensayaban suertes de gimnasia con las sillas o se tendían en los divanes colocando los pies entre las copas.

Pues si no lo deseara ¿cómo me había de meter yo en semejante negocio? ¿No comprende usted...? ... pero... No hay que confundir. El perdón puramente espiritual o evangélico, ya lo tiene... Pero el otro perdón, el que llamaríamos social, porque equivale a reconciliarse, es imposible. Vamos, que no será tanto dijo para don Evaristo, subiéndose el embozo. Es imposible repitió Maxi.

Como éste ya no tenía coche, se fueron a casa del brigadier, y mandó enganchar el tílbury, y subiéndose a él y poniendo al sobrino a su lado, empuñó con muy gentil disposición las riendas, y enderezó los pasos del caballo hacia la Casa de Campo.

El portalón de la calle de los gitanos vomitaba grupos y grupos de sucios chiquillos, que habían pasado el día cantando a coro, repicando las castañuelas y tomando lecciones de baile para entretener el hambre. ¿Qué traes? preguntaba el gitano a su mujer, estirando los miembros entumecidos por el descanso, subiéndose la faja con ambas manos y atusándose las greñas que le tapaban las orejas.

Pero en la noche en que, al arrancar la diligencia de Galicia, Bonis, subiéndose de un brinco al estribo de la berlina, pudo, a hurtadillas, dar el último beso a la Gorgheggi, sintió que su pasión no había sido una mentira artística, porque con aquel beso se despedía de un género de delicias intensas, inefables, que no podrían volver; con aquel beso se despedía del último vestigio de la juventud.

Pegando después con clavos la tabla que servía de tapa, y subiéndose al montículo de tierra que se alzaba junto a la huesa, descubriose y se enjugó lentamente la cara con el pañuelo. Todo el mundo comprendió que eran éstos los preliminares de un discurso, y se esparció sobre los troncos de árbol y las rocas en situación expectante.

¡Un guindilla! Está bien. Tome usted dijo entregándole la navaja tranquilamente; luego, subiéndose el mantón y apretando el nudo del pañuelo, añadió: Lléveme usted a la cárcel. Y volviéndose a Romadonga en una actitud fría, desesperada, que inspiraba miedo y lástima al mismo tiempo, con terrible calma dijo: No tardaré en salir. Te juro por la salud de mi hijo que pronto tendrás noticias mías.

Saltando de piedra en piedra, subiéndose a los árboles y jugando y enredando todo el día y cantando como los pájaros, cuanto se le pone encima conviértese pronto en jirones.... Pues yo he observado en la Nela dijo Carlos algo de inteligencia y agudeza de ingenio bajo aquella corteza de candor y salvaje rusticidad. No, señor, la Nela no es tonta ni mucho menos.

¡Silencio! exclamó, levantándose y subiéndose a la frente las antiparras. Y dirigiéndose a : ¡Adelante, caballero! Dejó el libro en la mesa, un horacio antiquísimo, y vino paso a paso a recibirme. Atravesó el dómine por entre la doble hilera de bancos, diciendo a los chicos que tomaran asiento. Los muchachos le obedecieron cuchicheando. Se felicitaban sin duda, de mi llegada.