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Su padre, sus tíos y yo estamos muy contentos de que haya dado, como todos, pruebas de fidelidad a los Borbones; siempre será ello pasar algunos años, después... quién sabe lo que ocurrirá. El príncipe de Foix, su jefe, está, según dicen, encantado de su figura.

Y con su abanico de plumas señalaba la fiel partidaria de los Borbones el lacito azul y blanco que, una vez desechada la Secretaría particular de don Amadeo, aparecía también en el frac de Juanito Velarde.

En un pequeño poema que ha escrito Alfonso sobre la consagración del rey, no decía una palabra del duque de Orleans, de quien no es partidario, porque tiene sobre este príncipe las prevenciones de su padre y de toda la familia de los Lamartine: encuentra algunos puntos oscuros e inconvenientes en la conducta de un príncipe de la familia real, cuyo padre cometió la fatalidad de condenar a muerte a su pariente y a su rey, al desgraciado Luis XVI, y que después de esto ha sido colmado de honores y perdonado por los Borbones, dando en lugar de un testimonio de agradecimiento, pruebas de deslealtad para halagar a sus partidarios.

Los tricornios también se ponían de parte del pueblo. Salvatierra andaba en ello y su nombre bastaba para que todos aceptasen el prodigio sobrenatural. Los más viejos, los que habían presenciado el levantamiento de Septiembre contra los Borbones, eran los más crédulos y confiados. Ellos habían visto y no necesitaban que nadie les probase las cosas.

El trabajo escaseaba; había sobra de brazos, era reciente la indignación contra los petroleros perturbadores del país; los Borbones acababan de volver, y los ricos temían dar entrada en sus fincas a los que habían visto antes con el fusil en la mano, tratándoles de igual a igual, con gestos amenazadores.

Tanto mi marido como yo, nos hemos visto obligados a separarnos de nuestras más íntimas relaciones sociales, encerrándonos en nosotros mismos: nosotros nos contentamos siendo fieles a los Borbones, sin perder por esto nuestra sangre fría, nuestro espíritu de justicia ni nuestras almas. ¿No existen acaso bastantes pasiones a que hacer frente dentro de nosotros mismos, sin necesidad de encender los odios políticos en que arden en este momento los espíritus?

Un hombre de buen sentido y rectas intenciones puede engendrar un imbécil: tras Carlos III reinó Carlos IV, y por si esto no fuese suficiente, al año de morir aquel monarca estalló la Revolución francesa, con sus audacias, que volvieron locos a todos los reyes de Europa. A los Borbones de España se les fue la cabeza, para no recobrarla ya más.

Este aumentó por la noche con las noticias que se recibieron de la abdicación de Napoleón y la exaltación de los Borbones. Todo el mundo estaba en el paseo; éste parecía atestado materialmente, el tiempo era magnífico; hablábanse las gentes sin conocerse apenas. Se reunían, se felicitaban, se abrazaban; era aquello una manifestación general de entusiasmo.

Lo había llevado de Sicilia á Nápoles siguiendo á Garibaldi para destronar á los Borbones. «Mañana más revolucionario que hoy»; y sus compañeros le parecían de pronto unos reaccionarios, lo que le hacía buscar nuevas doctrinas que colmasen su insaciable deseo de destrucción y renovación.

Otro de sus motivos favoritos de conversación era explicar la causa de la tirria que tenía a los Borbones, citando continuamente como uno de los libros que más le entusiasmaban, un folleto publicado a raíz de la Revolución del 68, en cuyas páginas figuraba la estadística de las víctimas que aquella dinastía costó a España desde que Felipe V entró a reinar.