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El tramoyista exclama: ¡Diablo de escalera...! La subo setenta veces al día y no acabo de acostumbrarme... Me moriré del pecho, Antoñico, me moriré del pecho. El traspunte se siente fortalecido y sigue su camino. Aquella noche se representaba un drama histórico, acaecido en tiempo de los godos. El primer galán era un mancebo muy simpático, rebosando de entusiasmo y de décimas calderonianas.

Sucedió, pues, que al medio de la temporada el primer tramoyista contrajo matrimonio: era un hombre de unos treinta años de edad, feo, silencioso, sombrío, ojos negros hundidos, barba rala y erizada; inteligente con todo y amigo de cumplir con su deber.

Una noche el tramoyista le habló de esta manera: Oye, Antoñico; ¿sabes que el tercer telón, el de las columnas, debía colocarse más atrás...? ¿Pues? No hay perspectiva. la hay..., y además tropezaría casi con el lago. El lago también puede correrse un poco. No hay sitio. Tenemos todavía metro y medio. ¡Qué hemos de tener, hombre! ¿Lo has medido?

El lujo escénico, las decoraciones brillantes y el arte del tramoyista no son de poca entidad, por ejemplo, en cuanto sirven de adorno exterior de un drama bueno, porque traen algunos al teatro, que acaso no acudirían á él si no se les ofreciese otro atractivo que el mérito desnudo de la obra, en cuyo caso servirán de medio ú ocasión para que estos mismos presencien y oigan una composición poética, que concluya, en último término, por agradarle.

Cuando estaban a la mitad de la altura, el tramoyista volvió la cabeza, y sus ojos se encontraron con los del traspunte. ¿Qué había de particular en aquella mirada? ¿Por qué empalidece el rostro de Antoñico? ¿Por qué se le doblan las piernas? Vacila un instante entre seguir o retroceder: la barretina colorada se detiene y se agita presa de mortal incertidumbre.

Mirad, le dijo, si vuestro clavo no es uno de estos y si los cascorros y astillas del santo varón no proceden del montón aquel que está á mi puerta y donde yo mismo se los tomar no hace dos horas y meterlos en su zurrón. El clavo me lo pidió él mismo y yo se lo . ¡Por vida de! Sobrado crédulos sois para soldados. Oir aquello y echar á correr en busca del tramoyista viejo fué todo uno.

La vivaracha tramoyista quedó, como era de esperar, entre las uñas del traspunte. Y comenzó para ambos el período de los placeres amargos, la felicidad con sobresalto: aparentando no mirarse, no se quitaban ojo; fingiendo que apenas se conocían, estaban siempre juntos: ¡el marido era tan sombrío, tan suspicaz!

Grosero é injusto sería decir con Iriarte: Las mujeres que ahora no despuntan, como en siglos pasados, por discretas, si en el teatro público se juntan, aplauden cuando más al tramoyista, oyen tal cual chuscada del sainete, y sirve lo demás de sonsonete, mientras que están haciendo una conquista.

Toda la acción del drama es la agonía de la niña moribunda. Las visiones de su cerebro salen fuera de él, toman forma y cuerpo y se presentan al público en la escena, merced á la poderosa imaginación del dramaturgo y á la habilidad del tramoyista, de los pintores y de los sastres. El tirano padrastro aparece aún, en aquel sueño, para atormentar á Hannele.

El sol derrochaba sus tesoros de luz y color, como un bajá turco, en el recinto de aquella cámara oriental, demostrando una vez más que cuando él se empeña en formar una decoración brillante y fantástica, no hay tramoyista de teatro con todas sus lentejuelas, bengalas y telones que le ponga el pie delante.