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El orden se había por completo restablecido en Laycacota, y todos los vecinos estaban contentos del buen gobierno y la caballerosidad del justicia mayor. Pero en 1667, la Audiencia tuvo que reconocer al nuevo virrey llegado de España. Era éste el conde Lemos, mozo de treinta y tres años, a quien, según los historiadores, sólo faltaba sotana para ser completo jesuíta.

Un leal capitán salvó a Cusicoyllor y su tierna hija Imasumac, y se estableció con ellas en la falda del Laycacota, en el sitio donde en 1669 debía erigirse la villa de San Carlos de Puno.

El novio no dio por el momento importancia a la frase; pero tres días después de realizado el matrimonio, la anciana lo hizo levantarse de madrugada y lo condujo a una bocamina, diciéndole: Aquí tienes la dote de tu esposa. La hasta entonces ignorada, y después famosísima, mina de Laycacota fué desde ese día propiedad de don José Salcedo, que tal era el nombre del afortunado andaluz.

Tres días después la mina de Laycacota había dado en agua, y su entrada fué cubierta con peñas, sin que hasta hoy haya podido descubrirse el sitio donde ella existió. Los parientes de la mujer de Salcedo inundaron la mina, haciendo estéril para los asesinos del justicia mayor el crimen a que la codicia los arrastrara.

Componíase ésta de una anciana que se decía descendiente del gran general Ollantay, dos hijas, Carmen y Teresa, y un mancebo llamado Tomás. La choza estaba situada a la falda del cerro de Laycacota. Ella con quince o veinte más constituían lo que se llama una aldea de cien habitantes.