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Actualizado: 2 de julio de 2025
Al entrar en la alcoba, Martín levantó el brazo, con lo que iluminó el rostro del enfermo y el suyo. El herido tomó el vaso en la mano, é incorporándose y mirando a Martín comenzó a gritar: ¿Eres tú? ¡Canalla! ¡Ladrón! ¡Prendedle! ¡Prendedle! El herido era Carlos Ohando. Martín dejó la lamparilla sobre la mesa de noche. Márchese usted dijo la patrona . Está delirando.
Y del árbol herido de tu vida un ramo en flor se desgajó violento; que fué rodando a la merced del viento hasta hundirse en la mar embravecida. Pero, al cogerlo Dewey de la playa, vio que era un gajo de la mar malaya florecido de perlas peregrinas. El que se desgajó de tu existencia, llevándose tu amor, tu fé, tu esencia, ¡el ramo en flor: mi patria, Filipinas! Julio, 1922.
La excitación de los sentidos, que al fin despertaban en ella de un modo violento, juntábase al cosquilleo del amor propio herido, para mantener vivo este deseo. Poco le faltaba, cuando veía a Luis a su lado, para abrirle su pecho y confesarle la abrasadora pasión que sentía. Sin conciencia clara de lo que hacía, Fernanda buscaba a su ex-novio por la finca.
E inmediatamente marchó delante y abrió la puerta de una sala, donde entraron los tres. El anciano no habló palabra, y se dejó raer en un sillón con muestras de dolor. "¿Pero está usted herido? ¿A ver? Nada dijo la joven examinando con mucha solicitud á Elías y tomándole la mano.
El poeta, que estaba consumido por ese horrible mal que se llama combustión espontánea, votó al día siguiente entre aquel enjambre borroso y hediondo, y, al apurar la última copa que le brindaron, cayó definitivamente herido por el delirium tremens. Pocas horas después murió aquel portentoso artista en el anónimo desconsolador de un hospital.
¡Jesús! ¡Está usted herido! exclamó el padre Gil, viendo correr algunas gotas de sangre por las mejillas de su compañero. Al mismo tiempo le levantó un poco el sombrero y vio que tenía un fuerte golpe en la frente, de donde partía la sangre. ¡Pero esto es una indignidad! Vamos a dar parte en seguida al juez...
¿Pues qué, señora de mi alma,-dijo don Francisco, quedando inmóvil y como si le hubiese herido un rayo, no sabéis que sois mi esposa y que ante el altar de Dios nos hemos juntado en uno?
ABIND. Pues alto: dadnos lugar. Aquí batallen el ALCAIDE y ABINDARRÁEZ. PÁEZ. A no estar el moro herido Y de pelear cansado, Diera al Alcaide cuidado. NARV. Moro, date por vencido, O si no, daréte muerte. ABIND. En tu mano está matarme, Mas vencerme y sujetarme, En otra mano más fuerte. Tu esclavo soy. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Mil veces ay!
Y fray Luis siguió leyendo: «Ese mancebo nos ha entregado, por mano de doña Clara Soldevilla, aquellos papeles, aquellos terribles papeles.» ¿Y qué papeles son esos? A más de impaciente, curioso; son... unos papeles. ¿Y no puedo yo saber?... No: oíd, y por Dios no me interrumpáis. Oigo y prometo no interrumpiros. «A más ha herido ó muerto, para apoderarse de esos papeles, á don Rodrigo Calderón.»
El duque de Tornos, sin propósito de ello, sólo por el placer de dar rienda suelta a su lengua de hombre gastado y herido, corrompió más en pocos días el alma de la joven esposa que todas cuantas novelas había leído.
Palabra del Dia
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