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En eso apareció por el camino del jardín que daba acceso a la caballeriza la figura esbelta de Melchor en cuyo rostro empalidecido se destacaban las ojeras negras y profundas. Vestía su traje predilecto y en el ojal de la blusa llevaba un hermoso gajo de sedrón... ¿Ya están listos, muchachos? preguntó amablemente, casi sonriendo.

, señor; pero parientes lejanos; mi madre y mis otros hermanos murieron hace mucho tiempo... mi hermana se casó hace cuatro años... vive allá... ve... derecho a ese rosal... ¡Ah! agregó repentinamente dirigiéndose a la planta, vean qué dos pimpollos tan lindos, ¿eh? y cortándolos volvió con ellos al camino diciendo al separarlos pues estaban en un mismo gajo: uno para usted... y otro para usted...

¡Bien puede ser! le contestó sonriendo afablemente al dirigirse, como lo hizo, hacia las piezas interiores contemplado desde la puerta del escritorio por Ramona que al salir al corredor tiró a un cantero del jardín el gajo de cedrón estrujado que tenía en la mano.

A trechos giraba lentamente, muy distante, la azotea roja de un chalet; y su ventana, bajo el triángulo de tejas, fulguraba como una planchuela de oro. El sol se dilató; era una gran ascua redonda que perforaba la cinta de bruma azul. Un gajo de arbusto seco, sobre la llanura, cruzó por el disco como un arabesco de tinta.

Los dos son aficionados; les gusta jugar con juego, vamos a verlos correr: son cojos... hijos de rengo. 656 aunque el gajo se parece al árbol de donde sale, solía decirlo mi madre, y en su razón estoy fijo: "Jamás puede hablar el hijo con la autoridad del padre". 657 Recordarán que quedamos sin tener donde abrigarnos, ni ramada ande ganarnos, ni rincón ande meternos, ni camisa que ponernos.

Y del árbol herido de tu vida un ramo en flor se desgajó violento; que fué rodando a la merced del viento hasta hundirse en la mar embravecida. Pero, al cogerlo Dewey de la playa, vio que era un gajo de la mar malaya florecido de perlas peregrinas. El que se desgajó de tu existencia, llevándose tu amor, tu , tu esencia, ¡el ramo en flor: mi patria, Filipinas! Julio, 1922.

Al verme, dijo como si se tratara de la cosa más habitual: ¿Es usted... señor?... Buenas tardes... y cerrando el libro que puso sobre la silla al levantarse, se aproximó al borde del corredor, mientras yo bajaba del caballo, cuyas riendas puse en una horqueta formada por un gajo roto.

El Cuervito, Román un gajo de cierta familia, en que padres, hijos, hijas, tíos y tías, eran del arte, abarcando todas sus variedades, se metió de gato en casa de un inglés, en la calle Corrientes, y su respiración fatigosa pues era asmático le traicionó, valiéndole un balazo y una buena condena.

Sabed que haríais morir de envidia a muchos obispos. ¿Eso dijo? Cabal. Paciencia, Martín. Ramiro meneó la cabeza con un gesto de enfado. Pasó un monje franciscano montado en un borrico ceniciento. Santa leticia brillaba en su rostro. Su desnuda pierna vellosa asomaba por debajo del sayal. Castigaba a su caballería con un gajo de bardaguera.

Ya le decía, don Melchor, por no tengo miedo ninguno. Pues entonces, esté tranquila... o, ¿quiere volver al lado de él? ¿Por qué me dice «eso», don Melchor? contestó ella aproximándosele aún más, bajando la voz como temerosa de ser oída, e inundándole con olor a cedrón de que tenía en la mano un gajo estrujado. Le pregunto, Ramona, porque bien podría suceder.