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Actualizado: 1 de mayo de 2025
¿No te acuerdas ya más, María Clara? La noche saturada de negrores. Sobre la ingente ara de la naturaleza embravecida sacrificaste todos tus amores, diste toda tu vida. La noche se prolonga y hay quien llora.
El agua está allí como desesperada, verde de cólera, sin un momento de reposo, y lanza contra las rocas todas sus furias, todas sus espumas. Los peñascales negros avanzan desafiando el ímpetu de la ola embravecida, y por las hendiduras de las rocas, huellas del combate secular entablado entre el mar y la tierra, penetra el agua y salta a lo lejos en un surtidor blanco y brillante como un cohete.
Son las olas de una mar embravecida que vienen a estrellarse en vano contra la inmóvil y áspera roca; a veces queda sepultada en el torbellino que en su derredor levanta el choque; pero un momento después sus crestas negras, inmóviles, tranquilas, reaparecen burlando la rabia del agitado elemento.
Nadie pudo oír lo que yo, encolerizada y embravecida, dije a don Baltasar de Peralta en cuanto, como lo ansiaba, con él me vi a solas; que después de manifestarle que al oír su nombre le había conocido como el matador de mi padre, de mi casa arrojele, amenazándole con mi venganza.
Y del árbol herido de tu vida un ramo en flor se desgajó violento; que fué rodando a la merced del viento hasta hundirse en la mar embravecida. Pero, al cogerlo Dewey de la playa, vio que era un gajo de la mar malaya florecido de perlas peregrinas. El que se desgajó de tu existencia, llevándose tu amor, tu fé, tu esencia, ¡el ramo en flor: mi patria, Filipinas! Julio, 1922.
Palabra del Dia
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