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Así será conveniente que los discípulos, en aquellas cosas á que alcanzaren sus fuerzas, exâminen las máxîmas de los Maestros, y las crean quando las hallen conformes con la razon; y si no están instruidos bastantemente para exâminar la doctrina del Maestro, es menester recibirla con la presuncion de que lo que este enseña, lo habrá averiguado; pero nunca se han de recibir las máxîmas de los Maestros, ni mantenerse con terquedad y obstinacion, porque suele suceder que con el tiempo se halla el discípulo dispuesto á exâminar las opiniones del Maestro, y no pareciéndole conformes á la verdad, las rechaza y muda de dictamen; y otras veces acontece, que por recibir muchos desde la niñez y mantener despues porfiadamente las máxîmas de los malos Maestros, son infelices perpetuamente.

Si es usted la que chilla... Yo bien callada entré. Pero se empeña en buscarme el genio. Mete ruido, mete ruido. Ni siquiera has de dejar dormir al pobre chico. Por mi parte, que duerma todo lo que quiera. Y lo que más me subleva es tu terquedad dijo doña Lupe bajando la voz , y ese empeño de gobernarte sola, , esa independencia estúpida... te lo guisas y te lo comes.

Sopló y apartó las migajas, y una a una se comió las pasas y los palillos, porque no le vi arrojar ninguno, ayudándolas con los mendrugos, que, morados con la borra de la faldriquera, parecían mohosos, y eran tan duros de condición, que aunque él procuró enternecerlos paseándolos por la boca una y muchas veces, no fué posible moverlos de su terquedad; todo lo cual redundó en mi provecho, porque me los arrojó, diciendo: "¡To, to!

Hasta pocos años antes del traspaso, no usó Santa Cruz los sobres para cartas, y estas se cerraban sobre mismas. No significaban tales rutinas terquedad y falta de luces.

Y crecieron mis ganas y se hicieron irresistibles cuando vi, primero en la iglesia y después en la feria, a la recatada y joven viuda, con quien quise timarme, como decimos por ahí; pero, por lo pronto fue en balde mi conato, porque sin duda, no lo consentían la modestia y la honestidad de la dama. ¿Qué no logran, sin embargo, la terquedad y la audacia de un mozo como yo, curtido en toda clase de aventuras y acostumbrado a los más peligrosos lances de amor y fortuna?

El altercado de don Juan y el Comendador hizo a la Regenta volver a la realidad del drama y fijarse en la terquedad del buen Ulloa; como se había empeñado la imaginación exaltada en comparar lo que pasaba en Vetusta con lo que sucedía en Sevilla, sintió supersticioso miedo al ver el mal en que paraban aquellas aventuras del libertino andaluz; el pistoletazo con que don Juan saldaba sus cuentas con el Comendador le hizo temblar; fue un presentimiento terrible.

Es mas débil que malo, dista mucho de aquella terquedad satánica que no se aparta jamas del mal una vez abrazado; por el contrario, tanto el bien como el mal los abraza y los abandona con suma facilidad. Es niño hasta la vejez; preséntase á los demas con toda la seriedad posible; mas en el fondo se encuentra á propio pueril en muchas cosas y se avergüenza.

El mal se hará tambien de la misma manera; y quizas los desastres serán mayores. Es necesario dar al tiempo lo que es suyo: la entereza no ha de convertirse en terquedad: los deberes no han de considerarse en abstracto, es preciso atender á todas las circunstancias; las virtudes dejan de serlo, si no andan regidas por la prudencia.

Va a creer que hay en tu vida alguna mancha cuyo recuerdo te obliga a rechazar lo mismo que deseas. ¡Pobre de él y pobre de ti como se le meta eso en la cabeza! Vamos a ver: ¿en qué fundas tu terquedad? Cuando tales cosas escuchaba Felisa, dejaba caer la cabeza sobre el pecho y contestaba con evasivas. No ... rarezas mías... ya nos casaremos.

Encomendose, pues, de todo corazón a la Virgen para que la perdonase: hizo promesa a la imagen de la Soledad, que había en el convento de monjas, de comprar siete lindas espadas de oro, de sutil y prolija labor, con que adornar su pecho; y determinó ir a confesarse al día siguiente con el vicario y someterse a la más dura penitencia que le impusiera para merecer la absolución de aquellos pecados, merced a los cuales venció la terquedad de D. Luis, quien de lo contrario hubiera llegado a ser cura, sin remedio.