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Tal era la privacion en que el demonio le tenia apoderado de su cuerpo y alma; y tal su obstinacion, terquedad y dureza: bien que el fuego embravecido de ella se apoderó de su cuerpo, de manera que sin perder su furia, á él y á los demás dejó hechos cenizas, siendo la gente que habia salido á ver este lastimoso espectáculo tanta, que con ser campo espacioso el sitio, ni coches, ni caballos, ni personas se podian mover.

Dotado de grande astucia, nunca se presenta en el llano en caso de guerra, prefiere lo intrincado de sus bosques, lo inaccesible de sus playas, donde se defiende con esa terquedad que le es común y con ese fanatismo peculiar al mahometano.

Juzgando que toda obcecación, por grande que sea, ha de tener su límite, creíamos que el Gobierno no podría resistir á la evidencia de su descrédito; creíamos que, deponiendo la terquedad propia de todos los poderes que no se apoyan en la opinión, se resolvería al fin á entrar por más despejado y seguro camino, si no consideraba como la mejor de las enmiendas el abandonar la vida pública.

Yo quiero cenar afirmó él con brutal terquedad, echando a un lado la cabeza y dando un golpe con ella sobre la mesa. Eso es, rómpete la cabeza. Mala hermana, ¡no das de cenar a tu hermanito! Mira , mejor estaba en la cárcel... Como vuelvas a nombrar... ¡Nombro!... ¡Puño! Como vuelvas a decir... ¡Puño! repitió el bergante alzando la mano. ¡Alzas la mano!..., ¡a !..., a tu hermana.

Acudió luego á las súplicas, á los halagos, y obtuvo el mismo resultado. Una vez más tuvo ocasión de convencerse de la terquedad nativa de aquella mujer. Al fin la dejó marchar. Estaba cerrando la noche. La tienda se poblaba de sombras que luchaban con la escasa claridad que aún entraba por la puerta. Uceda metió la cabeza entre las manos y quedó meditando.

Hallaba gracia en sus palabras, en sus gestos, en sus manías y hasta en la terquedad que la caracterizaba. La misma limitación de su inteligencia y su falta absoluta de instrucción, pues sólo sabía á duras penas leer, servían de alicientes para su amor. «Es una niña» se decía mirándola con ojos paternales, cuando salía algún gracioso disparate de su boca. «Hace el bien y el mal sin darse cuenta.

Nada había bastado a quebrantar su resolución ni a cambiar su inveterada conducta de no mezclarse en elecciones ni en política para nada. Don Acisclo rabiaba, se entristecía y se desesperaba de esta terquedad. Con D. Juan Fresco de su lado, su empresa era llana. Sin D. Juan Fresco, a pesar del auxilio del Gobierno, distaba muchísimo de estar asegurada la victoria.

Ya ves, hijito decía para un mes antes de que el hecho fuera real , lo que ha pasado... No te lo quise decir para que no te disgustaras, porque al fin nuestra amiga es, y en casa se ha hecho este trabajo. Emilia le exigió el pago adelantado... Pura terquedad. ¡De repente, cañonazo!... Sobrino le pasó la cuenta.

Pero la tabernera cada día se mostraba menos dispuesta á ella. Á cuantas reflexiones la hacían contestaba resueltamente: No se cansen ustedes: yo no vivo ya con ese hombre. Achacábanlo todos á terquedad, porque, en efecto, era apretada de sienes como una aragonesa, casi imposible de convencer cuando se apoderaba de ella una idea.

Luis, que tantas veces había pensado en él con arrebatos de cólera, y que al verle había sentido impulsos de arrojarse a su cuello, acabó por mirarle con simpatía y respeto. ¡También la amaba! Y la comunidad en el afecto, en vez de repelerlos, ligaba al marido y al otro con una simpatía extraña. Que se vaya, que se vaya repetía la enferma con una terquedad infantil.