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El olor de droguería de la pólvora sin humo, el estrépito seco de las detonaciones, parecían embriagarle. Saltaba y manoteaba con el ardor de una danza guerrera. Los artilleros de popa redoblaron su actividad: los disparos eran continuos. ¡Ya está! gritó Caragòl . Lo han tocado... ¡lo han tocado! En todo el buque era él quien menos podía apreciar los efectos del tiro.

Mientras tanto, había muerto también el ex droguero; y con lo mucho que les dejó, lo que representaba la droguería y lo que en ella habían ganado los sobrinos del difunto, al perder el hijo noveno eran ricos, pero muy ricos.

La blancura de la luz eléctrica surge en todo rincón donde puede aglomerarse un poco de sombra; el agua manando de los grifos cada tres metros para una minuciosa limpieza; las alfombras mullidas amortiguando los pasos; un olor higiénico de droguería esparciendo perfumes desinfectantes allí donde las tristes necesidades humanas se desembarazan de su suciedad. Esto es un palacio encantado.

Tuve la suerte de acertar casi siempre; y ya lo mismo le daba a don Pepito Guzmán encontrarse en la droguería con el principal que con el dependiente, cuando de higos a brevas iba por allá con los motivos de costumbre. Retirose nuestro tío, y se murió bien pronto, y continué yo mereciendo todas las atenciones y hasta la amistad que él había merecido del señor de Guzmán.

Celebrado el casamiento y hecho en regla el traspaso de la droguería, el viejo droguero cedió hasta la habitación a sus sobrinos, y se largó a su tierra, en la Rioja, a disfrutar las primeras vacaciones que había logrado en su vida, perfectamente libre y descuidado.

En el antecomedor agolpábanse los viajeros frente a una larga mesa cubierta de platos diversos: vasijas con ensaladas; jamones y piezas de embutido exhibiendo en sus caras rojizas el negro mosaico de las trufas; anguilas enormes enterradas en gelatina; salchichas alemanas de color de rosa y leve perfume de droguería; anchoas flotantes en sal líquida; botes que mostraban entre los dientes del latón recién cortado el granulento verde del caviar.

En fin, que se logró colocarle de mozo de mostrador en una droguería de Madrid, con poco sueldo por entonces, pero bien hospedado y mantenido en la propia casa de su dueño.

De pronto, una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas... Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa á la popa, sin que ni una plancha ni un tornillo escapasen á la enorme dislocación... Después, un estallido de volcán, un haz gigantesco de humo y llamas, una nube amarillenta, de un amarillo de droguería, en la que volaban obscuros objetos: fragmentos de metal y de madera; cuerpos humanos hechos pedazos.

Si después de verla el parroquiano la quería más cara o más barata, o prefería otra equivalente más de su gusto, hasta dos veces lo llevaba doña Ramona con paciencia, pero a la tercera, recogiendo la droga que nunca había soltado por completo de su diestra, contestaba secamente y volviendo la espalda: «No lo hay», aunque estuviera llena de ello la droguería.

Las niñas con quienes la de Arnaiz hacía mejores migas, eran dos de su misma edad y vecinas de aquellos barrios, la una de la familia de Moreno, del dueño de la droguería de la calle de Carretas, la otra de Muñoz, el comerciante de hierros de la calle de Tintoreros.