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Albert murió el 55, dejando una gran fortuna, que heredó su hija casada con el sucesor de Muñoz, el de la inmemorial ferretería de la calle de Tintoreros. En el reinado de D. Baldomero II, las prácticas y procedimientos comerciales se apartaron muy poco de la rutina heredada.

No hay quien se lo quite de la cabeza. Y todo porque me solía parar en la esquina de la calle de Tintoreros, esperando a la mujer de Inza, ji ji ji... el de la tienda de mantas. Después de esta brillante ráfaga de memoria, la preciosa facultad se eclipsó por completo, y el ayer se borró absolutamente del espíritu del buen caballero.

Vuelta a la meditación, tomando el hilo de ella en el mismo punto en que lo había soltado... «Y aunque el Sr. de Feijoo lo niegue hoy, es tan verdad que me rondaba la calle al año de perder a mi Jáuregui... tan verdad como que nos hemos de morir. Y si no, ¿qué hacía plantado en aquella dichosa esquina de la calle de Tintoreros?

Resultaba no qué irónica armonía de la conjunción aquella de los dos nobles, oriundo el uno del gran Alba, y el otro sucesor de D. Pascual Muñoz, dignísimo ferretero de la calle de Tintoreros. Por otro lado nos encontramos con Samaniego, que era casi un hortera, muy cerca de Ruiz-Ochoa, o sea la alta banca.

D. Pascual Muñoz, dueño de un acreditadísimo establecimiento de hierros en la calle de Tintoreros, progresista de inmenso prestigio en los barrios del Sur, verdadera potencia electoral y política en Madrid, casó con una Moreno de no qué rama, emparentada con Mendizábal y con Bonilla, de Cádiz.

Otra que carece de hojas, y abunda en todo el curso del Salado, y en las costas de las lagunas salobres hacen ceniza, y con esta una lejìa con que hacen un excelente encarnado, poniéndole un poco de agrio de limon. La conocen algunos tintoreros de Buenos Aires, y no falta quien diga podria suplir la orchilla. Si así fuese hay infinito en toda la pampa, desde los sitios nombrados hasta Patagones.

Los carpinteros, albañiles, maquinistas, saldrian sin duda mas hábiles maestros si poseyesen los elementos de geometría y de mecánica; y los barnizadores, tintoreros y de otros oficios no andarian tan á tientas en sus operaciones, si no careciesen de las luces de la química.

Las niñas con quienes la de Arnaiz hacía mejores migas, eran dos de su misma edad y vecinas de aquellos barrios, la una de la familia de Moreno, del dueño de la droguería de la calle de Carretas, la otra de Muñoz, el comerciante de hierros de la calle de Tintoreros.