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Para persuadirse de que no hay la errata que sospechó Bonilla basta parar la atención en que a esta calle de espejos que pinta Vélez nadie iba a verse como era, sino a estudiar gestos; uno de ellos, el fruncimiento de labios. Cuanto a ojos, como a todo lo del mundo, cambian las modas, y por esto decía Calderón, en la jorn.

Además se llevaron otros objetos preciosos de la capilla y cinco lámparas de plata. El obispo Bonilla cedió á la santa imágen otro pectoral de esmeraldas que casualmente tenia, y otros devotos le ofrecieron dos lámparas de plata.

Estas ordenanzas de 1606 fueron posteriormente confirmadas en Febrero de 1649, en Abril de 1675 y en Septiembre de 1680, y en 1723 se imprimieron por Francisco Sánchez Reciente, con este título: Ordenanzas de el oficio de los maestros confiteros de Sevilla y su reinado, en virtud de cédula de su majestad y señores de su real consejo, que se mandaron imprimir siendo veedores Bartolomé de Marchena y Luís de Bonilla, maestros de dicho oficio, etc.

El señor Bonilla puntúa así: «... y este es el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno; después, de las Indias fuí a Venecia...»; pero como no ha dicho que fuese a las Indias, sino a Suiza, muy cercana a Italia y a la Valtelina, que era italiana, colígese que a tal puntuación es preferible la mía, aun siendo mía, máxime cuando con ella es clarísimo el sentido del pasaje.

Hay un Muñoz y Aparisi, tripicallero en las inmediaciones del Rastro, que se supone primo segundo del marqués de Casa-Muñoz y de su hermana la viuda de Aparisi; y por fin, es preciso hacer constar que un cierto Trujillo, jesuita, reclama un lugar en nuestra enredadera, y también hay que dársele al Ilustrísimo Obispo de Plasencia, fray Luis Moreno-Isla y Bonilla.

El señor Bonilla recuerda lo que contra ellos dijo el doctor Suárez de Figueroa en su Plaza universal de todas ciencias y artes . Y antes que Suárez, Barahona de Soto, en su Angélica, maltrató á los finchados gramaticones al incluírlos en la relación de aquellas gentes que Zenagrio, en la morada de Gleoricia, no se digna de mirar: «Tanto del soez gramático arrogante que, porque punta y coma sus diciones y ordena lo de atrás para adelante, no estima los gravísimos varones....»

Por las grandes urgencias de la guerra pidió el rey un anticipo de dos millones de escudos al estado eclesiástico á cuenta del subsidio y escusado, y el obispo Bonilla sin esperar la aprobacion de S. S. facilitó los 778449 reales que correspondian á la iglesia de Córdoba. Volvió á pedir el rey un nuevo subsidio, y el cabildo ofreció 150 doblones.

Del Diablo Cojuelo, entremetido espíritu infernal que da nombre y ser a la novela, trató el señor Bonilla en una breve nota. Mucho más merecía el que «trujo al mundo la zarabanda, el déligo y la chacona», y yo he de volver hoy por su negra honrilla, recordando la mucha familiaridad que nosotros los españoles hemos tenido con él.

El hijo único de Bonilla casó con una Trujillo. Pasemos ahora a los Morenos, procedentes del valle de Mena, una de las familias más dilatadas y que ofrecen más desigualdades y contrastes en sus infinitos y desparramados miembros. Arnaiz y Estupiñá disputan, sin llegar a entenderse, sobre si el tronco de los Morenos estuvo en una droguería o en una peletería.

D. Pascual Muñoz, dueño de un acreditadísimo establecimiento de hierros en la calle de Tintoreros, progresista de inmenso prestigio en los barrios del Sur, verdadera potencia electoral y política en Madrid, casó con una Moreno de no qué rama, emparentada con Mendizábal y con Bonilla, de Cádiz.