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Antes que consentir que se apoderasen de una panera, la quemaban; las fuentes eran enturbiadas con lodo y estiércol, para que no pudieran beber; los molinos, desmontados y enterradas sus piedras para que no molieran un solo grano. ¡Ay de aquel francés que se rezagara en las marchas de su destacamento!

En el antecomedor agolpábanse los viajeros frente a una larga mesa cubierta de platos diversos: vasijas con ensaladas; jamones y piezas de embutido exhibiendo en sus caras rojizas el negro mosaico de las trufas; anguilas enormes enterradas en gelatina; salchichas alemanas de color de rosa y leve perfume de droguería; anchoas flotantes en sal líquida; botes que mostraban entre los dientes del latón recién cortado el granulento verde del caviar.

Todas las profanaciones que legó á este grandioso edificio el malhadado Churriguera desaparecen y quedan enterradas bajo la noble gentileza de aquella fachada dórica, tan pura y colosal, y de aquellas naves corintias cuyas pilastras equivalen á otros tantos monumentos.

No aventura nada por no perder nada; desconfia hasta de las personas que mas le aman; en el silencio y tinieblas de la noche visita sus arcas enterradas en lugares misteriosos, para asegurarse que el tesoro está allí, y aumentarle todavía mas; y entre tanto le acecha uno de sus sirvientes ó vecinos, y el tesoro con tanto afan acumulado, con tanta precaucion escondido, desaparece.

La de S. Cipriano, que no se sabe qué lugar ocupó; célebre por haberse educado en ella los mártires Emila y Jeremías; por haber tenido de presbítero al ilustre Leovigildo, escritor del tratado de habitu clericorum, compuesto por escitacion de sus compañeros los otros clérigos de la misma iglesia; célebre tambien por haber sido hospedage de los monges Usuardo y Odilardo del monasterio de S. German de Paris, cuando vinieron á Córdoba en demanda de las santas reliquias de los mártires Jorge y Aurelio enterradas en el monasterio de Peñamelaria.

De orilla á orilla se lanzaban miradas de odio y palabras de insulto, porque se acordaban de combates y degollaciones, de víctimas estranguladas, ahogadas, enterradas con vida; pero cuando los guerreros rojos, despojándose de su túnica parecida á la de los antiguos helenos, aparecían con la resplandeciente belleza de sus formas y al lanzarse al río para atravesarlo de unos cuantos empujes, se olvidaban del antiguo odio y hasta parecía que nos amábamos.

Desde aquí se volvieron al navio. El Padre Cardiel, y los que fueron por tierra, subieron á una alta sierra, en cuya cumbre encontraron un monton de piedras, que desenvueltas, hallaron huesos de hombre allí enterrados, ya casi del todo podridos, y pedazos de ollas enterradas con el cuerpo.

Otros hicieron una grande hoguera con los carros y la paja. Las alhajas de las imágenes y la plata de las iglesias están todas enterradas, porque esto parece que es lo que más les abre el ojo a esos señores. Así estaban ellos de rabiosos cuando vieron que no sacaban de aquí gran cosa.

La clase social de las gentes enterradas en esta parte del cementerio sólo evocaba imágenes de lujo, de placer y de fiestas. Eran duquesas famosas por su hermosura, damas palaciegas que habían muerto en lo mejor de su edad, mujeres que gozaron sus épocas de reinado y adoración.

La ternura que había abrigado por Fortunato debía estar bien arraigada en su corazón, porque, después de tantos años, se encontraban aún vestigios de ella. Así las antiguas ciudades de Oriente, enterradas bajo el polvo de los siglos, y cuyos restos aparecen inmensos á los viajeros y les dan ideado una civilización colosal.