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Alfonso ha escrito un poema titulado «Childe Harold» en el cual se refiere la heroica muerte de lord Byron defendiendo la independencia de los helenos; hay en él estrofas que me llenan de dolor, porque temo mucho que sienta un entusiasmo peligroso por las ideas de la moderna filosofía y de la Revolución, contrarias al trono y al altar, estos guías que yo he encontrado siempre en mi camino y fuera de los cuales sólo veo confusión y peligro, y sobre todo, el abismo sin fondo de la incredulidad.

Así como la gloria de la imperceptible Grecia sobrepuja en brillo á la de todos los imperios de Oriente, así el Olimpo, la más alta y bella de las montañas sagradas de los helenos, ha llegado á ser en la imaginación de los pueblos el monte por excelencia: ninguna cima, ni la del Meru, ni las del Elburs, el Ararat ó el Líbano, despierta en el espíritu humano tantos recuerdos de grandeza y de majestad.

Y es que el mismo pueblo heleno había pasado su infancia nacional en el valle y las llanuras, tendido á la sombra de la gran montaña. De Tesalia procedían los helenos del Atica y del Peloponeso: allí habían combatido con los monstruos sus primeros héroes y allí sus primeros poetas, guiados por la voz de las musas Piérides, habían compuesto himnos y cánticos de victoria y de júbilo.

Hace pocos años, todavía habría sido difícil al europeo llegar hasta el vértice de la montaña, porque los kleptos helenos, de infalible puntería, ocupaban todos los desfiladeros: allí se habían fortificado como en una ciudadela enorme, y desde allí, renovando la lucha de los dioses contra los titanes, emprendían expediciones contra los turcos del monte Orsa.

Junto á los trasatlánticos enormes balanceaban sus vergas las vetustas tartanas y algunos barcos griegos, pesados y de formas arcaicas, que hacían recordar las flotas descritas en la Ilíada. En sus muelles circulaban todos los hombres mediterráneos: helenos del continente y de las islas; levantinos de la costa de Asia; españoles, italianos, argelinos, marroquíes, egipcios.

Los fenicios judíos metidos á navegantes abandonaban sus ciudades en el fondo del saco mediterráneo, para esparcir los conocimientos misteriosos de Egipto y de las monarquías asiáticas por todas las orillas del mar interior. Luego les reemplazaban los helenos de las repúblicas marítimas. Para Ferragut, el honor más grande de Atenas era haber sido una democracia de nautas.

En su infancia, prolongada por la inocencia y la radiante salud, no cabían más placeres que correr por las alamedas que a León rodean, brincar con regocijo, cual pudiera adolescente ninfa retozando por los valles helenos.

Durante los dolorosos siglos de la Edad Media, el temor transformó los hombres, y este sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y ridículas, en donde nuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses, transformando en antesala del infierno la alegre tierra que para los helenos fué la base del Olimpo.

Sus hijos, los helenos, comprendieron la importancia del agua y su influencia decisiva en el origen de las sociedades, según más tarde demostraron construyendo un templo y levantando la estatua de un dios al borde de cada una de sus fuentes. Hasta entre nosotros, últimos descendientes de los arios, subsiste en algunos puntos un resto de la antigua adoración á las fuentes.

De orilla á orilla se lanzaban miradas de odio y palabras de insulto, porque se acordaban de combates y degollaciones, de víctimas estranguladas, ahogadas, enterradas con vida; pero cuando los guerreros rojos, despojándose de su túnica parecida á la de los antiguos helenos, aparecían con la resplandeciente belleza de sus formas y al lanzarse al río para atravesarlo de unos cuantos empujes, se olvidaban del antiguo odio y hasta parecía que nos amábamos.