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¡Mutilado! exclamaba, llorando; ¡mutilado para siempre! ¡No hay remedio para ! ¡Si existiese alguna droga, algún tópico misterioso cuya virtud devolviera la nariz a los que la han perdido, lo compraría a peso de oro! ¡Lo enviaría a buscar al fin del mundo!

Durante algunos minutos, apoyado en la pilastra, Muñoz aguardó todavía, con la esperanza pueril de que Adriana por un milagro apareciera. Porque se había acostumbrado a esa secreta hora de voluptuosa alucinación, como se habitúa el fumador de opio a la caricia fantástica que se le desliza en los sentidos con el veneno de la droga. Al fin se decidió a marcharse.

Escribió palabras muy sensatas, muy burguesas como él diría , contra el opio, el haschid y el alcohol. «La droga funesta no crea nada; produce una hiperestesia nerviosa; es un préstamo con interés ruinoso que se hace al cerebro».

Los perros aullan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van. No resisten sin embargo a la creolina o droga similar, y como en el obraje abundaba aquella, antes de una hora quedó libre de la corrección.

Entonces, cuando la concurrencia era mucha y no alcanzaba la gente de mostrador adentro a servirla al punto, se alzaba ella poco a poco de su silla y despachaba también, con una mano sobre lo pedido, como garra de león sobre la carne palpitante, cuando hay quien le mire, y en la otra la calceta, hasta que veía en el mostrador, y bien contado con los ojos, el dinero que valía la droga aprisionada.

Entretanto, la enfermedad de Sally Oates lo había elevado al rango de un personaje muy interesante, muy importante en el vecindario, y el hecho de que había mejorado bebiendo la droga de Silas, se volvió un tema general de conversación.

El joven no se podía explicar de dónde le podía venir la droga; los únicos que frecuentaban la casa eran Simoun y el P. Irene, aquel venía raras veces, y éste no cesaba de recomendarle fuese severo é inexorable en el régimen y no hiciese caso de los arrebatos del enfermo, pues lo principal era salvarle. Cumpla usted con su deber, joven, le decía, cumpla usted con su deber.

Y usted no sabe, pero sabrá un día, qué sufrimiento, qué angustia, qué sudor de agonía se siente cuando se pretende suprimir un solo día la droga!

En poco tiempo, y aunque parecía que en nada se fijaba, llegó a ponerse al corriente de aquel laberinto de cajones rotulados, a hacer el oído a los enrevesados términos del ramo, y a conocer cada droga por su nombre y con sus precios.

La voz cálida y arrastrada de voluptuosidad sonaba aún burlona. Usted se mataría... ¡Linda cosa! Yo también me maté... ¡Ah, le interesa! ¿verdad? Pero somos de distinta pasta... Sin embargo, traiga su cloroformo, respire un poco más y óigame. Apreciará entonces lo que va de su droga a la cocaína. Vaya.