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Me gusta- pa la carona; y me puse a champurriar esta coplita fregona: 199 a los blancos hizo Dios, a los mulatos san pedro, a los negros hizo el diablo para tizón del infierno. 200 Había estao juntando rabia el moreno dende ajuera; en lo escuro le brillaban los ojos como linterna. 201 Lo conocí retobao, me acerqué y le dije presto: po-r-rudo que un hombre sea nunca se enoja por esto.

Llevábase una mano a la espalda para rascarse con dolorosos desperezos, pero sonreía, mostrando su amarilla dentadura de caballo. ¿Habéis visto ustés que güeno ha estao Juan? decía a todos los que le rodeaban . Hoy viene güeno de veras. Al reparar en la única mujer que estaba en el patio y reconocerla, no mostró extrañeza. ¡Usté por aquí, señá Carmen! ¡Tanto güeno!...

Hemos estao de groma hasta la una de la mañana yo y los muchachos del barrio. ¡La gran tajá! Antes de pedir algo a la tabernera, que reía sólo con verle, quiso conocer lo que Maltrana había bebido, e hizo un gesto de repugnancia al oír que era una copa de aguardiente de limón. ¡Aguardiente!... Eso pa los borrachos. Vino: morapio del puro, que alarga la vida; y cuanti más, mejor.

516 No tiene cariño a naides ni sabe lo que es amar. ¿Ni que se puede esperar de aquellos pechos de bronce? Yo los conocí al llegar y los calé dende entonces. 517 Mientras tiene qué comer permanece sosegao; yo que en sus toldos he estao y sus costumbres oservo, digo que es como aquel cuervo que no volvio del mandao.

Luego, hace tres meses, el señor, que estaba empleao aquí, se ha ido a la Habana; dicen que es pa tener no qué categoría o señorío, y golverse y cobrar más; después, si se muere habiendo estao allí, porque él ha estao antes también, pues, si se lo lleva Pateta, le deja mu buena orfandad a la señora. Viudedad, mujer, viudedad. ¡Ah! me se olvidaba lo mejor.

Había estao güeno. Pero el torero no contestaba a estas exclamaciones de entusiasmo. Se llevó las manos al vientre, agachándose en una curvatura dolorosa, y comenzó a andar con paso vacilante y la cabeza baja. Por dos veces la levantó, mirando a la puerta de salida como si temiese no encontrarla, perdido en temblorosos zigzags, cual si estuviese ebrio.

El Nacional, vestido aún con el traje de lidia, se asomó varias veces, malhumorado y ceñudo, dando gritos y enfadándose porque no estaba dispuesto lo necesario para la traslación del maestro a su casa. La gente, al ver al banderillero, olvidaba al herido para felicitarle. Señó Sebastián, ha estao usté mu güeno. ¡Si no es por usté!...

¡Aquí tienes a este morral! bramaba el tabernero . Ha estao hecho un maleta. ¡Y para esto me gasto yo el dinero!... Levantábase iracundo el temible garrote, y el hombre vestido de seda y oro, el que había asesinado poco antes a dos pequeñas fieras, intentaba huir, ocultando la cara tras un brazo, mientras la madre se interponía entre los dos. Pero ¿no ves que viene herido?

¡Es que no sabes lo que es esa mujer! , Sebastián, eres un infeliz que no conoses lo que es güeno. ¿Ves juntas toas las mujeres de Seviya? Pues na. ¿Ves las de toos los pueblos donde hemos estao? Na tampoco. No hay mas que doña Zol. Cuando se conose una señora como esa, no quean ganas pa más... ¡Si la conosieses como yo, gachó!

Recogió la garrocha, montó, y con suave galope fue hacia la empalizada, prolongando con esta lentitud el ruidoso aplauso de la muchedumbre. Los jinetes que habían recogido a doña Sol saludaron con grandes muestras de entusiasmo al espada. El apoderado le guiñó un ojo, hablando misteriosamente: Gachó, no has estao pesao. Muy bien, ¡pero que muy bien! Ahora te digo que te la llevas.