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Cada convento o monasterio tenía una ranchería contigua, en que estaban reproduciéndose ochocientos esclavos de la orden, negros, zambos, mulatos y mulatillas de ojos azules, rubias, rozagantes, de piernas bruñidas como el mármol; verdaderas circasianas dotadas de todas las gracias, con más de una dentadura de origen africano, que servía de cebo a las pasiones humanas, todo para mayor honra y provecho del convento a que estas huríes pertenecían.

Pues, si estos actos atraían la atención ó interés de todas las clases, volvamos la vista hacia el Arenal: allí presenciaríamos entre otros animados y vistosos cuadros que tan frecuentemente se sucedían, los de las públicas lecciones de esgrima, que ante numeroso concurso de la soldadesca de mar y de tierra, de rufianes y bravos de profesión, de moriscos y de indios, mulatos y negros, daba algún maestro de los muchos que entonces bullían por la ciudad, demostrando las excelencias de la espada blanca ó de la prieta, así como la bondad de las escuelas, de los maestros Francisco Roman, Bernal de Heredia ó de los sucesores de éstos, los famosos Carranza ó Pacheco de Narváez.

Además de los notoriamente inútiles, como cojos, mancos, ciegos, etc., eran exceptuados los que tenían su mujer encinta o ejercían cargos públicos, así como a los ordenados de Epístola; pero no había excepción por razón de cosecha o labores del campo. Los únicos rechazados de las filas, sin tener aquellos reparos, eran los negros, mulatos, carniceros, verdugos y pregoneros.

Más de 200.000 soldados y centenares de millones de duros, no bastan para domeñar a unos cuantos negros y mulatos rebeldes. Sin duda, la civilización niveladora e igualitaria de que hemos hablado tiene de esto la culpa.

El número de infelices esclavos berberiscos, mulatos y negros que existían en Sevilla en los siglos XVI y XVII, era bastante considerable y apenas había familia regularmente acomodada que no tuviese á su servicio dos ó más de ellos, hombres, mujeres ó muchachos, entregados al servicio doméstico, ó bien á duros trabajos manuales, con escasa humanidad de sus amos.

Tus octosílabos rumorosos agitaron más de una noche el pecho de la virgen y no fue sólo el teatro tu dominio! Fue también la familia, el hogar; porque todo lo invadiste, desde el salón de mi tía Medea hasta la academia de negros y mulatos en que era halcón mi pardo Alejandro.

Todavía resuenan en nuestros oídos aquellas insultantes palabras que profiriera el cabecilla racista en la tribuna de Guantánamo, cuando en medio de los aplausos y rugidos de una multitud frenética y enardecida por el alcohol y la lujuria, aseguró que, después del triunfo del Partido Independiente de Color, los mulatos, que hasta el presente habían sido producto del cruzamiento del blanco y la negra, nacerían de la unión del negro con la blanca.

Pero si nos empeñamos en creer punto menos que invencibles á los mulatos y negros insurrectos y en que se acabó ya la sustancia de que en España se forjaron en otras edades los ilustres guerreros, ni el Gran Capitán que resucitase y fuese por allí atinaría con una inspiración dichosa, ni haría algo de provecho, mientras que con fe tal vez bastaría un clérigo como el licenciado Pedro Lagasca, ya que no se puede suponer que ni Maceo ni Máximo Gómez valgan más que Gonzalo Pizarro.

Yo no creo que los mulatos rebeldes y los negros cimarrones de Cuba despierten profundas simpatías en el alma de los legisladores yankees, ni que les den esperanza de que, declarados ya independientes, formen una República superior á la de Haïti, y contribuyan más que nosotros al progreso y al bienestar del linaje humano y al florecimiento y auge de la agricultura, de la industria y del comercio.

Los españoles que allí residen, y hasta los mulatos y negros, ya libres y españolizados, no tienen fundado motivo para rebelarse, como no aspiren a algo a modo de suicidio colectivo y como de casta, porque es evidente que con la protección y la cercanía de los Estados Unidos, a los veinte años o antes de la nominal independencia de Cuba, no quedará en Cuba un palmo de tierra que no pertenezca a un yankee, ni paseará por las calles de la Habana, decentemente vestido, alguien que no sea yankee o que no disimule mucho su procedencia española, chapurreando la lengua inglesa.