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Una idea absurda danzaba en su embotado pensamiento, manteniéndolo despierto con el cosquilleo de la tentación. «¿Qué haría esta gachí si yo me levantase, y, pasito a pasito, fuese a darle un beso en ese morrillo tan rico?...» Pero sus propósitos no pasaban de un mal pensamiento. Le inspiraba aquella mujer un respeto irresistible.

Los picadores Potaje y Tragabuches, mozos rudos y de acometividad, aficionados a riñas y «broncas», y que sentían una confusa aversión hacia los hábitos, le azuzaban en voz baja. ¡Ahí lo tiés!... Entrale por derecho... Cuérgale der morrillo una soflama de las tuyas.

Bartolo iba delante con marcha tortuosa y derrengada. ¡Míralo, míralo! exclamaba Celso con exótico acento. ¡Qué morrillo sabroso luce el maldito! ¡qué buenas piernas! ¡qué nalgas!... Bien se conoce que la tía Jeroma no tiene otro pichón que cebar... ¡Vaya un pimpollo!... Me han dicho que todas las mañanas le unta de manteca fresca para que esté suave y reluzca... Á ver, Bartolo...

Bien penetrada de esta verdad, Juana la sintió en su alma, como un toro siente en el morrillo el primer par de banderillas; hízose más áspera y brutal que de costumbre, y se prometió arrollar cuanto hallara por delante, creyendo demostrar así, mejor que con dulzura y sencillez, que era tan digna como la más encopetada de ocupar el puesto que no se le concedía.

El toro seguía sus movimientos con ojos curiosos, asombrado de ver ante él un hombre solo, después de la anterior baraúnda de capotes extendidos, picas crueles clavadas en su morrillo y jacos que venían a colocarse cerca de los cuernos, como ofreciéndose a su empuje. El hombre hipnotizaba a la bestia.

Hombre hay que ni para dormir se le quita, trayéndole hacia la cara para defenderla del sol o de la luz, si duerme la siesta al aire libre; así como se le lleva hacia el morrillo o cogote, sosteniéndole con la mano, para saludar a las personas que más respeto y acatamiento le merecen. Pero volvamos a nuestra cordobesa. Pobre o rica se esmera, como he dicho, en la casa.

Al subir la pesada barca choca de morrillo en morrillo, de obstáculo en obstáculo, salvándolos á saltos, cada uno de los cuales y cada sacudida resuena en los pechos de aquellas mujeres, y no es emplear una figura el decir que tan dura ascensión se practica á costa de sus carnes magulladas, de su delicado seno, de su propio corazón.

Todavía vaciló: crecieron los recios y penetrantes silbidos; entonces se precipitó, con una prontitud que parecía incompatible con su peso y su volumen, hacia el picador. Pero retrocedió al sentir el dolor que le produjo la puya de la garrocha en el morrillo. Era un animal aturdido, de los que se llaman en el lenguaje tauromáquico, boyantes.

Quieto en su terreno, cita usté ar bicho, le deja vení, y cuando lo tiene ar lao, quiebra usté y le pone los palos en el morrillo. Usté no tié que preocuparse de na: el toro lo hará too por usté. Atensión... ¿Estamos? Y apartándose el maestro se encaró con el terrible toro, o más bien, con el granuja que estaba detrás, puestas las manos en el cuarto trasero para empujarle.

La plaza se vino abajo... ¡Era cosa de comérselo!... En el quinto toro puso otras al relance, cuando menos se pensaba, que dejó pasmado a todo el mundo... Sobre el mismo morrillo las dos... ¡Ni pintadas, chico!... La plaza se vino abajo... ¿Pero no estaba en el suelo ya? ¿Cómo? , hombre, acabas de decirme que se vino abajo en el primer par. ¡Bueno, bueno!... siempre de guasita.