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Llegó, pues, con el espacio y prosopopeya referida a hincarse de rodillas ante el duque, que en pie, con los demás que allí estaban, le atendía; pero el duque en ninguna manera le consintió hablar hasta que se levantase.

Todo en él era altisonante, desde el taco torcido de sus viejos botines deslustrados que él al caminar tenía la pretensión de hacer sonar con toda prosopopeya y acompasadamente, pues su andar era cadencioso, y casi pudiera decirse rítmico , hasta el lente que colgaba sobre su fina nariz aguileña, y el cual, no conteniendo sino un vidrio, pues el otro se había caído, daba a su fisonomía una expresión grotesca, marcadamente satírica.

Sobre todo esto, para ir a misa o a cualquier otra ceremonia o visita de cumplido, se pone mi paisano la capa. Sería una falta de decoro, casi un desacato, presentarse sin ella aunque señale el termómetro treinta grados de calor. En efecto, la capa, como toda vestidura talar y rozagante, presta a la persona cierta amplitud, entono y prosopopeya.

Al principio, el capitán pareció burlarse, con una gracia parisién, de los términos solemnes y altisonantes con que don Marcos trataba las cuestiones de honor. Pero su grave y tenaz prosopopeya acabó por vencer á este fisgón, que se puso á su mismo tono, interesándose en el asunto y reconociendo su importancia.

No sería millonario, no soñaría con palacios en el Ensanche y brillantes trenes de lujo; pero al llegar a la vejez se pasearía por una tienda acreditada, con zapatillas bordadas, gorro de terciopelo y la prosopopeya de un honrado patriarca, viendo a los hijos talludos tras el mostrador, como activos dependientes, y a Tónica, hermosa a pesar de los años, con el pelo blanco y los ojos de dulce mirada animándole el arrugado rostro.

Rafael enrojeció, adivinando que había cometido una simpleza al revelar su nombre sin que nadie se lo preguntara, con la misma prosopopeya que si estuviera en presencia de un rústico del distrito. Se hizo un silencio penoso.

Riéronse todos mucho de la ocurrencia del cura, y el señor don Vicente Cascante, senador del reino, dijo con prosopopeya e hinchazón sentenciosa.

El primero: un pavo vanidoso, engreído con su fama, pagado de su saber, de su crédito y de su dinero, atascado en el pantano de su prosopopeya jurídica; el segundo: larguirucho, cetrino, amojamado, con aspecto de sacristán, célibe por egoismo, alardeando a todas horas de timorato y concienzudo, discreto y medido, paciente y culto. ¡Paréceme que le veo sentado en el «butaque», con la pierna cruzada, preso en la estrecha y perdurable levita, puesto en las rodillas el gran pañuelo de algodón, de color indefinible.

Los viejos se alejan. Están a solas Apolonio y el confitero francés. Apolonio habla, con su acostumbrada prosopopeya. El confitero escucha, con su regocijo acostumbrado. Después de un rato de palique, el señor Colignon se encamina hacia el lugar en donde Belarmino ha permanecido sin moverse. El banco donde descansa Belarmino está emboscado en un macizo de laureles, al modo de muro en semicírculo.

El tío Manolillo remedaba perfectamente la prosopopeya del duque de Lerma, que poco antes acababa de salir con el mismo continente y la misma altivez de la cámara del rey. Al llegar á la cortina, un sumiller le detuvo. No se puede pasar le dijo. ¡Eh! ¿Qué sabéis vos? dijo el tío Manolillo ; yo no paso, me quedo. El rey...