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La cultura helénica persistió después de dicha conquista. En todo, duró en Egipto más de mil años. Las noticias de la vida pública y privada que contienen estos papiros, son en extremo curiosas y pueden producir al que las recoja una abundante cosecha de datos para la historia y para las ciencias auxiliares de ella, como la cronología, la lingüística, la arqueología y la economía social.

Una religión con moldes definidos e inflexibles, con sistema moral completo, había sido adoptada viniendo de fuera; sobre estos fundamentos habían razonado y filosofado sabios enciclopédicos como Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino; y, por último, no se ignoraba la antigua cultura helénica, anterior y posterior al Cristianismo.

A trozos, el paisaje azuleaba con la plateada hoja de los olivos; más allá las viñas lo alegraban con la verde gala del pámpano. La vela triangular de las embarcaciones, las casitas bajas y blancas, la ausencia de tejados puntiagudos y el predominio de la línea horizontal en las construcciones, traían al pensamiento de Santa Cruz ideas de arte y naturaleza helénica.

Mas ya que el individuo se aplica a realizar el concepto de ciudad, es decir, de un esquema, una estructura, con propósitos ideales, de la cual él no es sino subordinada partícula, surge la ciudad helénica, arquetipo de urbes, surgen la norma, el canon, la simetría, las calles soleadas, regulares y homogéneas, las viviendas civiles de hospitalario pórtico e inviolable hogar, los jardines, el mercado, el ágora, el templo armonioso, que no esa catedral bárbara y campanuda.

Bessarión, Láscaris, Teodoro Gaza, Juan Argirópulos, Chrisóloras, Jemistio Pleton y no pocos otros fueron los iniciadores y maestros del saber antiguo y como los paraninfos que procuraron y concertaron las fecundas bodas del poderoso genio del renacimiento y de la musa helénica.

La ciencia helénica había adivinado a través de las poéticas ficciones la verdadera forma del planeta. En los primeros tiempos era la tierra un disco que flotaba sobre las aguas del río Océano, ligeramente inclinado hacia el Sur por el peso de la abundante vegetación del trópico.

Anteayer mismo trajeron que se habían descifrado un himno demótico al Dios Soknopaios, compuesto por su propio sacerdote y escrito en un rollo de papiro de más de un metro de largo, y dos ó tres capítulos de la obra de Xenofonte, titulada Helénica, donde trata de los últimos casos de la guerra del Peloponeso.

Los más antiguos son de fines del primer siglo de dicha Era, esto es, cuando ya la dominación helénica y su cultura y sus letras prevalecían en Egipto hacía cuatrocientos años. Desde el de 83 hasta el de 735 ó dígase mucho después de la conquista de Egipto por los árabes, que tuvo lugar en 642, hay papiros griegos en la colección del Archiduque.

Cuando la palabra del cristianismo naciente llegaba con San Pablo al seno de las colonias griegas de Macedonia, a Tesalónica y Filipos, y el Evangelio, aún puro, se difundía en el alma de aquellas sociedades finas y espirituales, en las que el sello de la cultura helénica mantenía una encantadora espontaneidad de distinción, pudo creerse que los dos ideales más altos de la historia iban a enlazarse para siempre.

Tal así, la naturaleza helénica, con sus montañas armoniosas y serenas, como la marcha de un astro, su cielo azul y transparente, las aguas generosas de sus golfos, que revelan los secretos todos de su seno, arrojó en el alma de los griegos ese sentimiento inefable del ideal, esa concepción sin igual de la belleza, que respira en las estrofas de sus poetas y se estremece en las líneas de sus mármoles esculpidos.