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Moro aplaudía, alababa el instrumento sin hacer alarde de su superioridad. Y proseguía con marcha oblicua y trabajosa, no hacia la confitería de D.ª Romana, que era el término glorioso de sus expediciones matinales, sino hacia casa de Paco Gómez. Resonaba ésta ya con los pasos agitados y el vocerío de una muchedumbre de jóvenes diligentes.

Á medida que la conocían, iban tomando confianza, que hubo de tocar no pocas veces en familiaridad. Pedro solía acompañarla en estas excursiones, lo mismo que en los trabajos matinales de jardinería. El pobre debía de aburrirse de un modo lastimoso en aquellas sesiones en que la condesa servía de paño de lágrimas, pero no lo demostraba.

Cantara, en fin, tus brisas matinales tus crepúsculos plácidos y hermosos, tus magníficas noches tropicales...! ¡Cuál entonces mis versos sonorosos como el limpio cristal de una cascada fluyesen inspirados y armoniosos! Como entonces mi musa arrebatada, hasta donde tu cielo reverbera, desde allí como alondra enamorada,

Así como avanzaba el buque iban desvaneciéndose las nubes matinales, y Salónica se mostró completa, desde el caserío de sus muelles hasta el antiguo castillo que ocupa la cumbre de una colina, fortaleza de torreones rojizos, chatos y robustos.

Se hallaban los expedicionarios muy arriba en la montaña, por encima de la aldea y de la casa de «El Encinar». La luz grisácea del invierno dispersaba las nieblas matinales, y en los pliegues de la ladera se divisaba la silueta de varios cosacos mirando a lo lejos, con las pistolas en alto y aproximándose lentamente a la vieja alquería.

Allí me lavaba yo en una gran jofaina que desde la víspera ponían para en el borde de la fuente, entre los tiestos floridos, bajo la copa aparasolada de un floripondio cuyas campanas de raso se columpiaban al soplo vivífico de los vientos matinales, mientras en jaulas y ramajes cantaban los pajarillos la incomparable alborada otoñal.

Algunos días después notó Isidro que el señor Vicente retardaba sus salidas matinales, o volvía a casa muy temprano, como buscando una ocasión para hablar con él. Le miraba por la puerta entreabierta, al pasear por su biblioteca mascullando oraciones; pero no osaba pasar adelante, como si temiese abordarle en presencia de Feli.

Aquella no era la velera nave que, largo todo su blanco trapo, aprovechando vela y rechinando los guarda-cabos de su bolina, paseaba su ligera quilla por el azulado manto, bordando de encajes de espuma la plateada estela; aquella no era la coqueta de los mares que se balanceaba á los besos de la aurora en las matinales marejadas, hundiendo en las cristalinas ondas sus ligeros tajamares: aquella no era la orgullosa señora de las saladas regiones.

Muchos pasajeros iban vestidos de blanco de pies a cabeza, e igualmente de blanco los domésticos del buque, los músicos y los oficiales. Había momentos en que el castillo central parecía invadido por una tripulación de Pierrots. Pasó Mrs. Power, sola como siempre en sus matinales paseos, erguida y sin mirar a nadie, con un sombrero de tul elegante y vistoso.

No paró todo en esto. Durante su viaje por Alemania, Amaury no había montado a caballo, o por lo menos no lo había hecho en caballo de su gusto y estaba deseoso de cabalgar, tanto como puede estarlo un buen jinete privado por largo tiempo de su ejercicio favorito; así, todas las mañanas salía a pasear sobre su fiel Sturm, dando sus matinales paseos a capricho del noble bruto que parecía seguir con fruición el mismo camino que en otro tiempo.