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Mascullando estas palabras se apartó de Nieves sin detenerse a observar el estrago causado en ella por sus nunca vistas destemplanzas. En parecido temple de nervios le halló poco tiempo después don Claudio Fuertes.

Cuando sus entusiastas llegaban con algún periódico taurino que «venía ardiendo», lo que significaba siempre ataques para sus rivales de profesión, Gallardo lo daba a leer a su cuñado o a Carmen, y escuchaba con sonrisa beatífica, mascullando el puro. ¡Eso está güeno! Pero ¡qué plumita de oro tienen esos niños!...

Andrés ya se incorporaba rugiente, mascullando amenazas espantosas; y la muchacha, sin dar un grito, con los labios secos y los ojos llenos de llanto, le esperaba inmóvil, apoyando en la ventana sus brazos doloridos, sumida en un desesperado propósito.

Las viejas labradoras la miraban, unas con curiosidad y otras con odio, a través de las asas de sus enormes cestas y de los fardos que descansaban sobre sus rodillas, con todas las compras hechas en Valencia. Los hombres, mascullando la tagarnina, lanzábanla ojeadas de ardoroso deseo. En todos los extremos del vagón hablábase de ella relatando su historia.

Cayó nuevamente en profundo sopor, y Almudena, que había requerido el palo con intenciones de usarlo como infalible remedio de la embriaguez, tuvo lástima y suspiró fuerte, mascullando estas o parecidas palabras: «Pegar ti otro día».

Allí estarían ya, dejando escapar las suyas, recientemente adquiridas, el mozuelo imberbe, más cargado de vicios que de años, y el viejo disipado centelleando lascivias y torpezas por sus ojuelos lacrimosos, y mascullando obscenidades entre los pedruscos de su dentadura postiza.

Acostumbrado el sacerdote a adivinar el estado de ánimo de los públicos, aceleraba sus gestos, llevaba la ceremonia a todo galope mascullando frenéticamente sus latines, reanudándolos antes de que terminase sus respuestas el ayudante con sotana negra. Este ayudante era don José, el cura español, encogido, humilde, para ganarse las simpatías de las señoras que admiraban al abate.

Se tropezó con un señor que caminaba entre las mesas agitando las manos detrás de su espalda y mascullando frases ininteligibles. El amigo Lewis. ¿Ha visto usted cómo juega? dijo con acento de cólera al reconocer al príncipe . Como una bestia, como una verdadera bestia.... No debían dejar entrar á las mujeres. Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo con las reglas y la experiencia.

Pero como se contestase a sus enérgicas protestas con risitas v sarcasmos, concluyó por adoptar una actitud digna v despreciativa, mascullando palabras cargadas de hiel, los labios trémulos, la mirada torva. De vez en cuando dejaba escapar por la nariz un leve bufido de indignación.

El señor Vicente despertaba unos instantes, mascullando santas exclamaciones: «¡Ay, señor!», y volvía a sumirse en su sueño intranquilo, cortado por las visiones del ayuno y la exaltación. Oían detrás del tabique su voz medrosa con sacudidas de terror: ¡Suéltame... te conozco! Eres el Malo... ¡Largo de aquí!