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Despidió al criado, disculpando al tío Frasquito con una alarma infundada, apagó el gorro, todavía inflamado, en la jofaina llena de agua, abrió un poco la ventana para renovar el aire y volvió presuroso a su cuarto, donde el tío Frasquito le aguardaba.

Por aquella época cató la familia los colchones de muelles; Torquemada empezó á usar chistera de cincuenta reales; disfrutaba dos capas, una muy buena, con embozos colorados; los hijos iban bien apañaditos; Rufina tenía un lavabo de los de mírame y no me toques, con jofaina y jarro de cristal azul, que no se usaba nunca por no estropearlo; Doña Silvia se engalanó con un abrigo de pieles que parecían de conejo, y dejaba bizca á toda la calle de Tudescos y callejón del Perro cuando salía con la visita guarnecida de abalorio; en fin, que pasito á paso y á codazo limpio, se habían, ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones, y que crece tanto, tanto, ¡ay dolor! que nos estamos quedando sin pueblo.

El cura se levantó, fué otra vez á la alacena y sacó de ella una copa extraordinariamente sucia. Después de haberla mirado al trasluz, fué á lavarla á la jofaina con el mayor sosiego. Octavio bebió una copa del vino de misa mayor, y, en efecto, no le apagó la sed: La impaciencia y la rabia ayudaban también á abrasarle las entrañas. Pues, como iba diciendo, tiene usted razón, señorito.

Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina. Prometí a Amparo hacer un auto de fe con todos mis malos libros, y mediante esta promesa se restableció nuestra buena armonía. En seguida nos pusimos a almorzar. Yo había cuidado de que el almuerzo fuese muy sencillo y compuesto de alimentos acomodados a las costumbres de Amparo.

A eso de un cuarto de hora más tarde volvió el soldado de la ciencia a presentarse y pidió agua para lavarse las manos.... Mientras Chinto buscaba torpemente una jofaina, la madre, llorosa, temblando, preguntaba nuevas.

Enrique y Miguel se miraron y sonrieron como cazurros; pero estaban un poco pálidos. A ver dijo doña Martina al criado, suba usted al cuarto de la señorita y dígale que ya estamos a la mesa. No hubo necesidad. En aquel momento apareció Eulalia, toda sofocada, con los ojos llorosos y una jofaina entre las manos. ¿Qué es eso? preguntó doña Martina con sorpresa.

Tibio perfume, que no venía de ningún pomo de olor, ni arquilla de esencias, sino del lecho entreabierto y de las ropas de la víspera, abandonadas sobre los taburetes, sahumaba el ambiente de la alcoba. Una criada aparejaba en el tocador las toallas, el aguamanil, la jofaina. Otra, el patético albayalde para la tez y el sanguinolento bote para amapolar levemente las mejillas.

Allí me lavaba yo en una gran jofaina que desde la víspera ponían para en el borde de la fuente, entre los tiestos floridos, bajo la copa aparasolada de un floripondio cuyas campanas de raso se columpiaban al soplo vivífico de los vientos matinales, mientras en jaulas y ramajes cantaban los pajarillos la incomparable alborada otoñal.

Ya nadie pensaba en esto. Allí estaba el lecho, pero no quedaba de la pobre niña ni una prenda, ni un recuerdo. Mesía y Paco entraron con las señoras ¿por qué no? Se conocían demasiado para fingir escrúpulos. Además, «no se les había de ver nada» como dijo Obdulia. Paco y la viuda se lavaron juntos las manos en una misma jofaina; los dedos se enroscaban en los dedos dentro del agua.

Clara se marchó muy á prisa y volvió á poco rato, entrando en la habitación inmediata: traía una jofaina, que puso sobre la mesa, y llamó al militar, que no tardó en acercarse. ¿Y tiene familia? dijo éste tocando el agua con la mano para ver si estaba muy fría. ¿Familia? contestó Clara con su naturalidad acostumbrada. No: me quería mucho.